La utilidad de lo inútil

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Jesús García Recio es un sacerdote que vive en un pueblo de León. Durante un tiempo, no recuerdo cuánto, dio algunas clases en lo que entonces era el Instituto Teológico San Dámaso. Hombre enjuto y de pocas palabras, más dado a escuchar y a la reflexión que a gastar el tiempo en llenar el silencio con palabras huecas. Sin embargo, Jesús es un hombre de una profunda vida interior y de una gran sabiduría.

Hace ya unos cuantos años coincidí con él en la Iglesia Nacional Española de Montserrat. Él estaba dando clases en el Pontificio Instituto Bíblico y yo estaba haciendo investigaciones en los fondos del Archivo Secreto Vaticano. Fue entonces cuando le escuché hablar por primera vez del proyecto que estaba llevando adelante en León.

Aquel proyecto causaba estupor en unos, hilaridad en otros, sorpresa en la mayoría, porque lo que Jesús había iniciado en la capital leonesa era el Instituto Bíblico y Oriental donde hoy en día se pueden estudiar los libros de la Escritura; las lenguas del Antiguo Testamento, sumerio, acadio, copto, griego, egipcio…; la historia de aquellos pueblos o papirología; y las religiones de la antigüedad. Sin embargo, lo que provocaba esas reacciones no era el Instituto en sí, ni las actividades que proponía, sino los destinatarios de estos cursos.

Jesús estaba empeñado, y lo había conseguido, en que cualquier persona, sin ningún tipo de preparación previa o interés profesional, hiciera un curso de los que ofrecía el Instituto. Y cuando explicaba la razón de esto ponía un ejemplo. Hablaba de la camarera de una cafetería cercana que había comenzado uno de los cursos de lenguas orientales que ofrecían. ¿Por qué, se preguntaba Jesús, una mujer que sirve cafés en un bar puede tener interés en esto? Y él mismo respondía: “porque aquella mujer había comprendido que, conociendo los orígenes de la humanidad, conociendo de dónde venía, podía ser mejor persona”. 

Posiblemente muchos pensarán, y así sucedía cuando Jesús contaba esto a eclesiásticos dedicados al estudio, que aquella mujer tiraba el dinero, porque estaba estudiando algo que no le servía para nada. Y habrá quienes se pregunten para qué sirve estudiar hoy en día acadio, sumerio, o incluso griego clásico. Es algo inútil, dirán. Y quizás a todos aquellos que se preguntan esto y se responden así habría que animarlos a leer el fabuloso libro de Nuccio Ordine, La utilidad de lo inútil

El libro del filósofo italiano no es una novedad editorial. Fue publicado en español por la editorial Acantilado en el año 2013. Sin embargo, en un mundo en el que todo pasa de moda a gran velocidad, y en poco tiempo envejece, la defensa que Nuccio Ordine hace de las humanidades, de la filosofía, la literatura, la pintura…, es decir, de todo aquello que tanto hoy como en épocas pasadas es considerado inútil, sigue siendo necesario y urgente.

El profesor Ordine denuncia con vehemencia la persistencia de formas cada vez más sofisticadas de la “supremacía del tener sobre el ser”, que tiene como consecuencia dramática, aunque algunos piensen que exagero, que “el aparentar cuenta más que el ser”.

Calificar como inútil todo aquello que no tiene utilidad, que no aporta un beneficio contante y sonante, es la mejor forma de negar la realidad en la que vivimos. Como señala Nuccio Ordine: “No tenemos, pues, conciencia de que la literatura y los saberes humanísticos, la cultura y la enseñanza constituyen el líquido amniótico ideal en el que las ideas democráticas, libertad, justicia, igualdad, derecho a la crítica, tolerancia, solidaridad, bien común, pueden experimentar un vigoroso desarrollo”.

Este modo de pensar pragmático ha tenido también consecuencias en la enseñanza. ¿Por qué estudiar determinadas materias que no tienen una utilidad, que no van a aportar un beneficio? Volviendo a la anécdota que contaba al principio, ¿para qué le sirve a una camarera, a un barrendero, a un niño, porque en aquel Instituto también van niños, estudiar una lengua antigua, muerta se llaman ahora, que ya no se habla en ninguna parte del mundo? 

Nuccio Ordine transcribe un maravilloso texto de Antonio Gramsci tomado de sus Cuadernos de la cárcel, donde el filósofo sardo recuerda los estudios clásicos de la escuela y escribe: “no se aprendía el latín y el griego para hablarlos, para trabajar como camareros, como intérpretes, como agentes comerciales. Se aprendía para conocer directamente la civilización de ambos pueblos, presupuesto necesario de la civilización moderna, o sea, para ser uno mismo y conocerse a uno mismo conscientemente”.

Cuando se fomentan los estudios que se consideran “útiles”, los que aportan un beneficio material, generalmente económico, se renuncia a interrogar al pasado, en consecuencia no se comprende el presente, se aprende a vivir de lo inmediato sin pensar en el futuro y sin sentido transcendente de la vida.

La tercera parte de este libro lleva por título “Poseer mata: ‘Dignitas hominis’, Amor, Verdad” y merecería un post propio porque plantean algunas cuestiones que necesitan un análisis sereno y mucha reflexión. Sólo apunto alguna de ellas.

En un mundo multicultural en el que parece que todo, absolutamente todo, hasta lo más irracional y antinatural debe ser aceptado si no se quiere sufrir una dura persecución por parte de los defensores de lo políticamente correcto, ¿cómo defender la existencia de la verdad, que para los cristianos es Verdad Absoluta, y ser al mismo tiempo tolerante, dialogante, respetuoso con el otro? ¿Se puede defender un amor verdadero y en fidelidad para toda la vida sin que eso suponga o se interprete como una posesión de la otra persona?

Mucho de lo que Nuccio Ordine expone en esta última parte me recuerda aquello que Guillermo de Baskerville dice a su discípulo al final de la novela de Umberto Eco El nombre de la rosa: “Huye, Adso, de los profetas y de los que están dispuestos a morir por la verdad, porque suelen provocar también la muerte de muchos otros, a menudo antes que la propia, y a veces en lugar de la propia”.

Estoy convencido de que el conflicto es más bien fruto del criticismo que la Ilustración introdujo en el pensamiento occidental, y que tiene su antecedente en la ruptura entre fe y razón provocada por el luteranismo. Y considero que tal confrontación, cuando se busca sinceramente la verdad, es ficticia y en muchos casos interesada. Como ejemplo basta señalar la leyenda creada por Voltaire sobre la filósofa neoplatónica Hipatia de Alejandría y la intolerancia de los cristianos de entonces. Leyenda que sirvió a Alejandro Amenabar para el guion su película Ágora

Creo que la mejor respuesta a todo lo que Ordine plantea al final de su libro está en el maravilloso discurso de Benedicto XVI en Ratisbona donde sienta las bases de una correcta relación entre fe y razón, aquí entre Verdad y tolerancia, Amor y libertad.

“La violencia, afirma el papa citando al emperador bizantino Manuel II Paleólogo, está en contraste con la naturaleza de Dios y la naturaleza del alma. ‘Dios no se complace con la sangre…; no actuar según la razón es contrario a la naturaleza de Dios. La fe es fruto del alma, no del cuerpo. Por tanto, quien quiere llevar a otra persona a la fe necesita la capacidad de hablar bien y de razonar correctamente, y no recurrir a la violencia ni a las amenazas... Para convencer a un alma racional no hay que recurrir al propio brazo ni a instrumentos contundentes ni a ningún otro medio con el que se pueda amenazar de muerte a una persona’… En esta argumentación contra la conversión mediante la violencia, la afirmación decisiva es: no actuar según la razón es contrario a la naturaleza de Dios”.

O dicho de forma mucho más breve con palabras de Juan Pablo II: “La verdad se propone, no se impone”.

 

 

 

Comentarios

  1. Recogiendo las migas de una charola para hornear, surge la pregunta: quién las quiere? Un chico responde: la basura de algunos es la riqueza de otros😲...insinuas que se te ofrece basura!😡...a lo que responde: que rico sabe😋
    Afirmaba que con muy poco se es Feliz🥰🤩🤓!

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