La conciencia escrupulosa y la conciencia delicada
Enrique Monasterio en un magnífico libro titulado Pensar por libre habla de las enfermedades de la conciencia haciendo una estupenda analogía con las enfermedades de la vista.
Así, por ejemplo, cuando habla de la conciencia escrupulosa la equipara a la miopía, ya que la persona miope ve las cosas que están cerca, o necesita tenerlas pegadas a los ojos para poder ver. Mientras que todo lo que está lejos lo ve con dificultad o no lo ve.
Efectivamente, la persona escrupulosa se fija en los detalles más pequeños de la norma moral, pero no para cumplirlos bien, sino por obsesión. Necesita tranquilizar su conciencia porque considera que todo lo que hace, dice o piensa puede ser pecado. Y, generalmente, da vueltas y vueltas a todos sus actos e intenta explicarlos dando detalles minuciosos que no son relevantes y sólo sirven para ahondar más en el problema.
La persona escrupulosa suele ser un anancástico, es decir, alguien que sufre del síndrome del perfeccionista. Terriblemente exigente consigo mismo y, habitualmente, con los demás, quiere hacerlo todo a la perfección y no admite la posibilidad del error o de la equivocación.
Al mismo tiempo suelen ser personas extremadamente voluntaristas. Quieren hacerlo todo con sus propias fuerzas. Se entregan al máximo de sus posibilidades. No dejan que nada escape a su control y cuando esto no sucede se hunden, porque consideran que han fracasado y ya nada tiene remedio. Entonces caen en el segundo error, el victimismo. Nadie las comprende, nadie las escucha, nadie las quiere. Viven con un sentimiento de marginación y van llorando por las esquinas buscando un consuelo, que nunca encuentran porque no son capaces de perdonarse sus propios errores y/o pecados.
Las personas escrupulosas sufren mucho. Muchísimo diría yo, al menos por la poca experiencia pastoral que he tenido con alguna de ellas que, tiempo atrás, se confesaba conmigo. Y sucede que este problema transciende el ámbito espiritual y la atención sacerdotal, por lo que se hace necesaria la ayuda de un psiquiatra.
¿Qué papel debe entonces jugar el sacerdote? En primer lugar, no intentar hacer las veces de psicólogo o psiquiatra si no tiene la preparación adecuada. En segundo lugar, es necesaria la formación. Santa Teresa de Jesús cuando hablaba de las condiciones que debía tener un confesor decía que fuera santo y sabio, pero si no tenía las dos, que fuera sabio. ¿Por qué? Porque detrás de los escrúpulos puede estar la noche del espíritu que Dios permite a algunas personas para llevarlas por un camino especial de santidad.
Después deben actuar con paciencia para escuchar, pero al mismo tiempo con gran autoridad. San Alfonso María de Ligorio incluso recomendaba a los confesores que las personas escrupulosas se sometieran en todo a ellos, especialmente para evitar que acudan a la confesión todos los días o varias veces al día, como suele sucederles.
Y, por último, debe ayudar a la persona escrupulosa a vivir la misericordia de Dios, el abandono en la Providencia, la oración confiada, la humildad y aprender a perdonarse a sí mismo.
Muy diferente a la persona escrupulosa es aquella de conciencia delicada, ya que ésta es la que juzga rectamente en los pequeños datos. Dicho de otra forma, la persona de conciencia delicada es aquella que tiene una piel sensible porque quiere evitar cualquier pecado en su vida, incluso los veniales involuntarios. Sí, ya sé que son involuntarios, pero la persona delicada quiere llegar hasta ahí, sin caer en el escrúpulo, por supuesto.
En el seguimiento del Señor, cuando uno progresa en la vida cristiana es muy habitual pensar que no se avanza. Me atrevería a decir que éste es un síntoma de conciencia delicada, aunque esto no evita que alguna vez pueda haber pecados mortales. Sin embargo, la sensación de no avanzar se produce porque el acercamiento a Dios es mayor. Pongo un ejemplo al que acudo con frecuencia.
Cuando vemos de lejos una montaña, la podemos abarcar con los dedos. El efecto óptico que produce la lejanía es que esa montaña es pequeña. Pero cuando estamos cerca, a sus pies, y miramos hacia arriba la montaña se presenta ante nosotros como un coloso imposible de subir. Mutatis mutandis es lo mismo que nos sucede con Dios. Cuando estamos lejos de Él cualquier avance, por pequeño que sea, nos parece un paso de gigante, pero cuando estamos cerca, comprendemos mejor la inmensidad de Dios y nuestra pequeñez y miseria. Somos más conscientes de lo que nos aleja del Señor, aunque sea algo pequeño.
Termino y concluyo estos tres “artículos”, si se les puede llamar así, sobre la conciencia, con un texto de Benedicto XVI a propósito de su visita a Inglaterra para la beatificación del cardenal Newman. Decía el papa:
“La conciencia, la capacidad del hombre de reconocer la verdad, le impone con ello, al mismo tiempo, el deber de encaminarse hacia la verdad, de buscarla y de someterse a ella allí donde la encuentra. Conciencia y capacidad de verdad y de obediencia a la verdad, que se muestra al hombre que busca con corazón abierto”
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