Dar razón
… estad siempre prontos para dar razón de vuestra esperanza (1 Pedro 3,15)
La semana pasada,
mi hermano me enviaba la noticia sobre la condena a muerte de una mujer
embarazada de ocho meses. Los hechos había tenido lugar en Sudán, donde la
religión oficial es el Islam. Se llama Meriam Yehya Ibrahim y ha sido condenada por un
tribunal, acusada de apostasía y adulterio. Lo primero porque se ha convertido
al cristianismo; lo segundo, porque se ha casado con un hombre cristiano y, por
tanto, su matrimonio no ha sido reconocido legalmente.
Ser cristiano, en
algunos países no sólo es arriesgado, sino que además uno se juega la vida,
literalmente hablando. Aquí, en España, no diré que hay una persecución como la
que se sufre en otros países, pero si es cierto que, quien intenta vivir su fe
con un poco de coherencia y ser testigo de Cristo, tiene que nadar contra
corriente, porque con una cierta frecuencia se encuentra con la intolerancia de
los tolerantes, con la burla, con el desprecio…
Hoy más que nunca,
quien quiere ser cristiano en medio del mundo y no esconderse, se tiene que
preguntar ¿doy razón de mi esperanza? ¿Mis palabras y, sobre todo, mis obras
dan testimonio de la fe que digo profesar? Porque ante una sociedad
secularizada, o ante el miedo al qué dirán, qué pensarán, perderé a mis amigos,
me dejará mi novio o mi novia, etc., etc., es fácil caer en una especie de
doble vida.
El cristiano no es
un bicho raro, alguien que viene de otro plantea o está fuera de la realidad.
Es una persona normal y corriente, pero que tiene una vida interior que brota
de su relación con Dios. Y esa vida da fruto, no es estéril, no se busca a sí
mismo y, en consecuencia, es una vida que genera paz, alegría, esperanza, amor…
El cristiano, en definitiva, es como un faro en la noche que ilumina con la
vida viene del Espíritu de la verdad y que anuncia a Jesucristo.
Ahora bien, esa
vida no se improvisa. No surge de la nada, sino que exige un cuidado especial.
Por eso es necesario formarse, porque ¿cómo daré razón de mi esperanza si no la
conozco? Es necesario alimentarla con la oración y los sacramentos, porque de
otro modo, la vida de fe muere. Y cuando la fe crece y se muestra, entonces
sucederá como le ocurrió a Felipe en Samaria, que la gente se convertía porque
habían oído hablar de los signos que hacía y los veían.
La
Buena Nueva debe ser proclamada en primer lugar, mediante el testimonio… A
través de este testimonio sin palabras, estos cristianos hacen plantearse, a
quienes contemplan su vida, interrogantes irresistibles: ¿Por qué son así? ¿Por
qué viven de esa manera? ¿Qué es o quién es el que los inspira? ¿Por qué están
con nosotros? Pues bien, este testimonio constituye ya de por sí una
proclamación silenciosa, pero también muy clara y eficaz, de la Buena Nueva… Todos
los cristianos están llamados a este testimonio y, en este sentido, pueden ser
verdaderos evangelizadores… sin embargo, esto sigue siendo insuficiente, pues
el más hermoso testimonio se revelará a la larga impotente si no es
esclarecido, justificado —lo que Pedro llamaba dar “razón de vuestra esperanza”—,
explicitado por un anuncio claro e inequívoco del Señor Jesús[1].
[1] Pablo VI, Evangelii
nuntiandi, 21-22.
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