Perdón y Redención
Perdona, Señor, mi
culpa y mi pecado… propuse: ‘Confesaré al Señor mi culpa’ y Tú perdonaste mi
culpa y mi pecado
(Salmo 31)
Jacques Fesch tiene
27 años cuando roba, con dos amigos, en una tienda de cambio y numismática. El
atraco sale mal. Jacques huye sin el dinero después de herir al dueño de la
tienda. Está armado e intenta esconderse de la policía que lo persigue por las
calles de París. En un momento de la persecución dispara y mata a un policía.
Hecho prisionero es condenado a muerte por asesinato.
La “segunda
conversión” se produce cuando descubre que su ejecución no es un castigo, sino
una ocasión para cumplir la voluntad de Dios. Descubre el sentido que tiene su
muerte. El Señor se va a servir de ella para purificarlo y llevarlo a la Vida.
Esa muerte deja de ser para él un castigo y se convierte en un regalo de Dios
que acepta y ama.
Todo esto sucede en
los años 1956 y 1957. Cuando Jacques vuelve de nuevo a Dios, comienza un diario
en el que va contando su proceso de conversión, sus batallas humanas y
espirituales, y el camino que le lleva a descubrir y vivir desde el amor de Dios.
A partir de ese momento, el que era un asesino se convierte en apóstol. Su vida
en la cárcel es un testimonio que lleva a otros a la fe. Una vez más se
hicieron realidad la palabras de Cristo: ‘a quien mucho se le perdona, mucho
ama’.
Años más tarde, en
1986, el cardenal Lustiger, durante una visita a la cárcel de la Santé, habló
de la santidad de Jacques Fesch. Y poco después, el mismo cardenal anunció que
se abría su proceso de canonización, provocando no pocas protestas de quienes
juzgaban que un condenado a muerte por asesinato no podía ser santo.
La conversión
conlleva siempre responsabilidad. Me hago responsable de mis actos. Los asumo
con todas sus consecuencias. Ahora bien, eso no significa que se cierren todas
las puertas o que no se pueda volver a empezar. Dios no tira nunca la toalla,
sino que da la posibilidad de redimir. Tiende la mano al pecador, pero primero
hay que reconocerse como tal.
El perdón y la
redención siempre provocan escándalo. Medimos y juzgamos los actos según
nuestra propia medida, no según la de Dios. Y cuando el Señor perdona a quien,
con dolor, se acerca a Él, “los bien pensantes” se rasgan las vestiduras. Tienen
una imagen tan mezquina de Dios y tan alto concepto de sí mismos, que son
incapaces de descubrir el valor redentor de la muerte de Cristo y el amor
incondicional de Dios que siempre está dispuesto al perdón.
Hijo mío te amé desde el primer día, cuando me
ofendías y sobre todo entonces. Te concedo mi perdón, entero y absoluto, y te
concederé más aún. Recibe mi amor, saborea cuán dulce soy para quienes me
invocan y no te preocupes por saber si sufres injustamente o no. Eres mi hijo
bendito, fui crucificado especialmente por ti, y ahora ves lo que antes no
veías[1].
Impresionante historia. Cuantos cristianos fueron perseguidos y asesinados por un hombre llamado Pablo y tras una conversión, ¿quién puede negar su Santidad?. Muy bueno. Un abrazo
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