Nadie lo sabe

             

El verano es un buen momento para leer aquellos libros que están aparcados, bien porque falta el tiempo y la tranquilidad necesaria, bien porque no están directamente relacionados con el trabajo habitual, o simplemente porque son libros que ayudan a descansar.


Hay quien gusta de leer durante el descanso estival algo relacionado con la filosofía, la historia, el arte, la religión o la teología. A mí, en cambio, me gusta leer novelas, siguiendo el magnífico consejo de Jean Guitton en El trabajo intelectual, donde recomienda “leer novelas para conocer el sentido de nuestra vida y el de la vida de los que nos rodean y que el embrutecimiento de lo cotidiano nos esconde”. Y en verano me dedico principalmente a la novela negra o a la histórica, y si es una mezcla de las dos mejor.


Sin embargo, la oferta es tan grande que resulta difícil elegir. Lo más fácil es acudir a las listas de los libros más vendidos. En un principio esto sería apostar sobre seguro, pero cada vez dudo más de los libros convertidos en superventas. Son novelas que se leen con gran facilidad. Sí, conocen muy bien la técnica detectivesca, forense, judicial…, pero no profundizan en los personajes, son muchas veces superficiales y hacen gala de una escritura pésima cuando no soez. 


Aún sabiendo esto, este verano volví caer en la trampa y he leído unas cuantas novelas de gran éxito entre el público y la decepción ha sido grande. Y cuando estaba buscando algo distinto, di con la reseña de Adolfo Torrecilla al libro de Tony Gratacós, Nadie lo sabe, publicada en Aceprensa.


La novela cuenta las aventuras de Diego de Soto, un estudiante de Valladolid, que tras finalizar sus estudios comienza a trabajar para Pedro Mártir de Anglería, cronista del reino de Castilla, que está escribiendo las crónicas de las expediciones castellanas al nuevo mundo descubierto por Colón.


Diego de Soto tiene como misión ir a Sevilla y recopilar documentación de las expediciones que se están preparando, para que Anglería pueda escribir sus relatos. Sin embargo, lo que parecía una labor sencilla se complica cuando el protagonista empieza a indagar por su cuenta en lo sucedido con una de las expediciones que, por aquellos días, se había hecho famosa.


El 8 de septiembre de 1522 había regresado, después de dar la vuelta al mundo, la nave Victoria comandada por Juan Sebastián Elcano. Esta había sido una de las cinco naves que tres años antes habían zarpado de Sevilla al mando de Magallanes. Todo lo que había rodeado a esta expedición no sólo había sido trágico, sino que estaba envuelto en un gran misterio.


La novela está muy bien escrita y se lee con facilidad. Gratacós ha conseguido una excelente mezcla de novela de historia, aventuras y misterio que atrae al lector de principio a fin. Profundiza en los personajes y sabe describir magníficamente los estados de ánimo y las luchas internas de los protagonistas. Sin embargo, esta novela tiene un problema muy serio. Es una novela políticamente incorrecta.


Nadie lo sabe nos habla de honradez y honestidad, de amistad, del bien y del mal sin relativismo. Habla del pecado y de la gracia, de Dios, del amor verdadero y del traicionero. No claudica ante la ideología de género. Y lo que es más importante, habla de la verdad.


Esta novela es un antídoto contra el mal llamado relato que la posverdad quiere imponernos como algo bueno y auténtico. Es un homenaje a la memoria histórica, pero no a una selectiva según la política al uso o de acuerdo con determinados intereses espurios, sino a la que busca la verdad, o una parte de ella, porque conocer toda la verdad de los hechos históricos nunca será posible en este mundo.


El protagonista de esta novela se encuentra ante un gran dilema. Escuchar la voz de su conciencia, buscar la verdad, contarla y asumir las consecuencias o bien callar, aceptar el relato impuesto, conseguir una vida junto a su amada, formando parte de una gran familia aristocrática, pero claudicando y renunciando a la verdad. Toma el primer camino, porque sabe que “a las futuras generaciones no se les puede hurtar el derecho de conocer la verdad de su propia historia cueste lo que cueste”. 


Finalizo con unas palabras de Joseph Ratzinger en La sal de la tierra que expresan muy bien el fondo y la enseñanza de esta novela: “… antes que disgustar a alguien o disgustarse con uno mismo, se pacta con el error, con la impureza, con la falta de verdad, con el mal. El bienestar o éxito personal y la propia imagen se pagan muy caros -con el visto bueno de grupo de opinión más en boga-, a costa de la Verdad”.

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