Brindemos por la conciencia

             


Hace ya meses que Elena, una amiga, creo que la puedo llamar así, aunque sólo nos seguimos mutuamente en Twitter, que me propuso una entrada al blog sobre la conciencia, más en concreto sobre la conciencia delicada y la conciencia escrupulosa.

            Desde entonces tengo el tema atrancado. Primero porque hablar de la conciencia no es fácil. Viene a mi memoria aquella viñeta de Mafalda en la que tira a su madre el dinero que le han devuelto en una compra, mientras dice algo así: “¡ese maldito inquilino…!”, refiriéndose al remordimiento de conciencia por haber pensado en quedarse con ese dinero. No podemos olvidar a Pepito Grillo del famoso cuento “Pinocho” y cómo constantemente recuerda al muñeco de madera lo que está bien y lo que está mal.

            En segundo lugar, la conciencia es algo propio del ser humano, creyente o no creyente, porque forma parte de su ser espiritual, aunque algunos se empeñen en negarlo, y de su capacidad de auto-reflexión. Es la conciencia psicológica que, empleando la expresión zubiriana, hace que el ser humano se siente mientras que el animal sólo siente.

Ahora bien, esta conciencia psicológica es manifestación de una conciencia moral, porque juzga sus actos de acuerdo con el bien y el mal. Fruto de este juicio aparece la inocencia y la culpabilidad. Y ésta exige una necesidad de arrepentimiento y de perdón. Sin embargo, esto sólo es posible si el ser humano vive con un sentido transcendente, religioso, algo que hoy en día muchos (filósofos, psicólogos…) no admiten. 


Y, en tercer lugar, como recuerda el Concilio Vaticano II en la Gaudium et spes, la conciencia es “el sagrario del hombre, en el que está solo con Dios, cuya voz resuena en lo más íntimo de ella”. Y por si esto no fuese suficiente, Juan Pablo II en Veritatis Splendor añade que la conciencia es “es testimonio de Dios mismo, cuya voz y cuyo juicio penetran la intimidad del hombre hasta las raíces de su alma”.


Así pues, tenemos una conciencia psicológica que permite al ser humano la auto-reflexión. Este sentirse hace que reflexione sobre sus actos y los juzgue como buenos o malos, lo que le lleva a poner en juego su conciencia moral. Pero qué sucedería si esta conciencia moral no tiene una referencia transcendente; o si se niega una ley natural inscrita en el corazón del ser humano, es decir, en su conciencia; o si se produce una perversión de la conciencia, algo muy característico de nuestro tiempo, y lo bueno se juzga como malo y, sobre todo, lo malo como bueno.


No he llegado al tema central que me proponía Elena y sólo esbozar todo lo anterior es algo que anula cualquier intento de síntesis. Además, es posible que más de uno haya dejado de leer hace un rato pensando que todo esto o le supera o le aburre.


Sin embargo, en el mundo, la sociedad, etc., que nos ha tocado vivir todo lo relativo a la conciencia es fundamental, sino ¿cómo sobrevivir a la dictadura del relativismo o a la posverdad? ¿Cómo defender la libertad de la conciencia y reclamar la verdad? ¿Cómo ser justos o cómo actuar según la verdad sin dejarse arrastrar por la masa?


El tema da mucho de sí y como no sabía por dónde empezar, cómo continuar y qué decir, lo tenía aparcado hasta hoy. Y aquí estoy disertando sobre la conciencia sin ser filósofo y sin ser teólogo, pero consciente de la importancia vital que tiene. 


Llego al final del post y no he dicho nada sobre la conciencia escrupulosa y la conciencia delicada. No queda más remedio que hacer una segunda parte, aunque se dice de estas que nunca fueron buenas, por eso antes es importante hablar primero sobre la conciencia verdadera y recta, para ser un poco positivos. Y concluyo esta entrada.


Vivimos en un tiempo que se puede definir por la crisis de la conciencia. Crisis de la conciencia individual, social, psicológica, moral, religiosa… que se pone de manifiesto en la renuncia a la razón y a los valores transcendentales y espirituales, el individualismo y narcisismo, relaciones líquidas, negación de la verdad y del bien objetivo, etc., etc. Y ante todo esto no podemos renunciar a la conciencia porque es la mejor forma de resistencia y por ello no puedo por menos hacer mío el brindis del cardenal Newman:

En caso de verme obligado a hacer un brindis después de una comida – cosa muy improbable-, beberé ¡por el Papa!, con mucho gusto, pero primero ¡por la conciencia!, después ¡por el Papa!

Comentarios

Entradas populares de este blog

La conciencia escrupulosa y la conciencia delicada

¡Qué paciencia!

Un puro acto de fe