Navidad en tiempo de pandemia

 


Escribo esta entrada en el blog con temor y temblor. Sé que los sentimientos, durante la Navidad, siempre están a flor de piel, pero ésta lo están de una manera muy especial. Ayer, en concreto, en una conversación en Twitter se ponía de manifiesto las pocas ganas que más de uno tiene de celebrar la Navidad.

Y hace unos días, en casa, hablando con mi madre sobre las próximas celebraciones, comidas y cenas navideñas, me decía que era mejor que cada uno estuviese en su casa. Con mucho criterio y sabiduría (que por algo es mi madre y posiblemente lea esto…), pensaba que había que ser prudentes y ya habría ocasión para reunirse de nuevo toda la familia.

            Todo lo que llevamos vivido y estamos viviendo desde marzo causa una profunda tristeza en el corazón. Estamos ya cerca de los setenta mil muertos, que se dice pronto. No hemos terminado de pasar la segunda ola, cuando ya nos están hablando de la tercera. Desinformación, noticias ambiguas, por no decir… Una fuerte crisis económica que no ha hecho más que asomar. Un confinamiento brutal… Y un largo etcétera. 

            Así las cosas ¿quién tiene ganas de Navidad? Decía que escribo con temor y temblor porque es muy fácil hablar de alegría, esperanza, ilusión… El papel lo aguanta todo, pero no sé si nosotros estamos para esto. Por eso me voy a ayudar de un fabuloso artículo que hace dos años publicó en su blog Estrella Fernández-Martos, y que me ha servido de inspiración.

            Cualquier cristiano que se precie de tal sabe, al menos en teoría, que la Navidad es un tiempo muy especial. Sin embargo, por unos motivos o por otros, la hemos convertido en un sentimiento. La Navidad es como un adorno que sacamos esos días y cuando termina lo volvemos a guardar hasta el próximo año. O la hemos convertido en una ocasión para las reuniones familiares, a veces con un coste muy alto, cuando esos encuentros acaban con crisis familiares, cuando no nacionales o internacionales. O es la ocasión para comer de forma desproporcionada, gastarse un montón de dinero en regalos que luego se van a cambiar, o en fiestas de fin de año que ya no tienen nada de especial porque algunos están de fiesta todo el año.

            Y este año no tenemos ganas para nada de esto, al menos algunos. ¿Y no será ésta la ocasión para vivir una Navidad que no sea algo puramente superficial? ¿Por qué no aprovechamos la ocasión para centrarnos en lo importante? En la Navidad recordamos un hecho que cambió la historia de la humanidad, pero no es un simple mirar atrás. La Navidad es entrar también en el presente de Dios, porque estamos celebrando que Dios mismo se ha hecho hombre. Y esto significa que todo, absolutamente todo lo humano le interesa a Dios.

            Entonces si todo lo nuestro le interesa a Dios, ¿realmente importa mucho los sentimientos con los que celebremos la Navidad? A quien hizo suyos nuestros gemidos y balbuceó como un niño. Al que se apropió de nuestras sonrisas y de nuestras lágrimas. A aquel que cogió sobre sus hombros nuestras ilusiones, esperanzas y sufrimientos. A este Dios que se hizo carne de nuestra carne e hizo suyos nuestros sentimientos, ¿le va a importar que nos acerquemos al portal de Belén con tristezas, desesperanza, dolor… o con alegría, ilusión y esperanza?  Vayamos al portal de Belén tal y como somos, tal y como estamos, con esa carga pesada o ligera, da igual, de sentimientos, ilusiones, dolores, frustraciones y esperanzas.

            En todo tiempo, pero de modo especial en la Navidad el centro no somos nosotros. Como muy bien escribe Estrella Fernández-Martos: “Con tanto ‘reúnete, sonríe, canta, bebe, reza, da, sal, compra, haz, cocina, come, pasea, regala’ hemos olvidado un dato importante: La Navidad no va de nosotros, va de Otro”.

            Quizás esta sea la Navidad en la que Dios nazca realmente en nosotros, en cada uno. Quizás esta sea la Navidad en la que le dejemos entrar realmente en nuestra vida hasta lo más profundo de nuestro ser, para que nos transforme totalmente, para que seamos su presencia allí donde estemos. Quizás esta sea la Navidad en la que ese Dios hecho carne se haga carne en nuestra vida, en la tuya y en la mía

            El papa Benedicto XVI en la inauguración de Adviento del año 2005, el primero de su pontificado, decía:

“… el Señor desea venir siempre a través de nosotros, y llama a la puerta de nuestro corazón: ¿estás dispuesto a darme tu carne, tu tiempo, tu vida? Esta es la voz del Señor, que quiere entrar también en nuestro tiempo, quiere entrar en la historia humana a través de nosotros. Busca también una morada viva, nuestra vida personal. Esta es la venida del Señor. Esto es lo que queremos aprender de nuevo en el tiempo del Adviento: que el Señor pueda venir a través de nosotros”. 

Comentarios

  1. Esta reflexión me recuerda algo que he meditado últimamente, dice asi: "Por la mano de la esperanza se tiene a Cristo. Le tenemos y nos tiene. Pero es más grande ser tenidos por Cristo que tenerle. Pues le podemos tener sólo en la medida que nos tiene". En esto radica mi esperanza este año "horribilis" que estamos viviendo, que Cristo me tiene, soy de Él y con Él todo lo puedo.

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