¡Qué me duerman por Navidad!
El Verbo se hizo carne. Así la
Navidad nos revela el amor inmenso de Dios por la humanidad (Papa Francisco)
Éste era el título de
un artículo que, hace tiempo, escribía Carmen Posadas. La escritora uruguaya
describía aquí su alergia a la Navidad, a la “milonga de amaos unos a otros” y
a lo de “bienaventurados los hombres de buena voluntad”. Y, como decía una
amiga suya, lo único que quería cuando llegaban estas fiestas era que la
durmieran y despertar el 7 de enero.
Es posible que este sea
el sentimiento de más de uno cuando llegan estas fechas. Consideran que es una
hipocresía poner buena cara, sentarte a cenar o a comer con personas a las que no ves en
todo el año, con las que no tienes ninguna relación o, a lo que es peor, te
llevas fatal. Eso de estar con el cuñado de no sé quien, la suegra que tal…, o
el sobrino/a que no para de jugar y tirarlo todo es como una tortura.
También habrá personas
que vivan estos días en la soledad; quienes han perdido seres queridos; algunos
que estarán sin trabajo, con enfermedad, etc., etc., y para los que la Navidad
no será tiempo de alegría y esperanza.
Sin embargo, para
aquellos que puedan vivir la Navidad de forma rutinaria; para aquellos que estos son
unos días más al año en los que, sí nos juntamos la familia, pero poco más;
para los que no creen en nada de esto y piensan es un cuento; para quienes
viven en la soledad o abandono, en la enfermedad o la separación, en la
tristeza o la desesperanza, para todos ellos y cada uno, quieran o no,
aparecerá una estrella.
La estrella de Belén es
un mensaje de Dios que nos dice que Él nunca abandona este mundo, porque cada
Navidad es una caricia del Señor que nos recuerda que nace para todos, también
para los que no esperan en Él. Y la luz que se enciende en una gruta de un
pequeño pueblo de Palestina, quiere prender en cada corazón para transformarlo.
Y ahora somos nosotros,
cada uno de los que hemos visto esa estrella y hemos llegado a Belén, los que
tenemos que despertar a cada una de esas personas que quieren que las duerman
por Navidad. Ante tanto pesimismo, ante tanta noticia triste, tenemos que
gritar fuerte, con el testimonio de nuestra vida, que Dios nace, que la alegría
y la esperanza ha llegado a nuestra tierra.
Dios viene a habitar con los
hombres, elige la tierra como su morada para estar junto al hombre y dejarse
encontrar allí donde el hombre vive sus días en la alegría y el dolor. Por
tanto, la tierra no es solo “un valle de lágrimas”, sino el lugar donde Dios
mismo ha puesto su tienda, es el lugar del encuentro de Dios con el hombre, de
la solidaridad de Dios con los hombres[1].
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