Un hospital de campaña
¡Cuántas personas viven en gran sufrimiento y piden a la Iglesia ser signo
de la cercanía, de la bondad, de la solidaridad y de la misericordia del Señor! (Papa Francisco)
Este
verano estuve cuatro semana en New York, en la parroquia de Santa Rita, situada
en el Bronx Sur, uno de los distritos neoyorkinos que se caracteriza por el
elevado número de inmigrantes, en su gran mayoría ilegales, procedentes del
México, Santo Domingo y Puerto Rico, entre otros países. Además es una zona
especialmente querida por la policía debido al gran número de bandas.
En
Santa Rita están trabajando dos sacerdotes madrileños estupendos, misioneros
del Camino Neocatecumenal, y las misioneras de la Caridad de la Madre Teresa de
Calcuta que llegaron allí cuando nadie quería ir, y que atienden el comedor y
el albergue para los indigentes.
Ha
sido una experiencia fantástica por varias razones. Primero porque me ha
permitido conocer una realidad social, cultural, religiosa y eclesial distinta
a la que vivo habitualmente. Después, porque he vivido con dos sacerdotes que
están entregados al cien por cien y con unas religiosas que lo dan
absolutamente todo.
Además,
he podido aprender varias cosas que, aunque conocidas, a veces se quedan más en
la teoría que en la práctica. He visto que las estructuras de pecado son una
realidad. Me ha impresionado el poder que tiene el dinero y cómo, por ganar
unos pocos dólares, se llega a cualquier cosa. La gran mayoría de personas que
viven en el Bronx soportan situaciones de auténtica exclusión social, y junto a
esto, familias desestructuradas y un índice de abortos altísimo.
He
comprendido, viendo trabajar a los sacerdotes y a las misioneras de la Caridad,
que la Iglesia es un auténtico hospital de campaña, donde tantas y tantas personas
pueden encontrar sentido a sus vidas. Es un refugio y un oasis donde las
personas descubren que, a pesar de sus sufrimientos y miserias, Dios no los ha
abandonado.
He
visto como Jesús ama a los pobres y sencillos de corazón. Personas que se saben
pecadoras, pero han descubierto la misericordia infinita de Dios que puede
curar sus heridas y perdonar sus pecados. Y esas personas, que se saben amadas
del Señor, se convierten en testigos de ese amor en medio de una sociedad que
vive como si Dios no existiera.
Posiblemente
algún lector pensará: “no es necesario irse tan lejos para descubrir eso”. Es
verdad, aunque en mi caso me ha servido para mirar con otros ojos la realidad
que tengo más cerca. Y también es verdad que no hace falta ir al otro lado del Atlántico
para encontrar sacerdotes y religiosas entregados, por eso sirvan estas líneas
para dar gracias a Dios por tantos hermanos míos, sacerdotes, y también tantas
religiosas y religiosos, que con su trabajo incansable, con su entrega y
generosidad, muchas veces silenciosa y oculta, hacen que la Iglesia sea ese hospital
de campaña tras la batalla.
Veo con claridad que lo que la Iglesia necesita con
mayor urgencia hoy es una capacidad de curar heridas y dar calor a los
corazones de los fieles, cercanía, proximidad. Veo a la Iglesia como un
hospital de campaña tras una batalla. ¡Qué inútil es preguntarle a un herido si
tiene altos el colesterol o el azúcar! Hay que curarle las heridas. Ya
hablaremos luego del resto. Curar heridas, curar heridas... Y hay que comenzar
por lo más elemental[1].
[1] Papa Francisco: Entrevista con el P. Antonio Spadaro.

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