La herida esencial
Comunicar a otros lo que se ha contemplado (Santo Tomás de Aquino)
Hay
distintos tipos de libros. Unos nos ayudan a estudiar y a ampliar nuestros
conocimientos. Otros sirven para relajarse, descansar y entretenerse. Hay
libros que ayudan a rezar y a acercarse más a Dios. Y otros, dan que pensar y
provocan la reflexión. Todos estos nos ayudan a crecer como personas y como
creyentes. Ahora bien, también es cierto que hay libros que no sirven
absolutamente para nada, sólo para perder el tiempo.
Y
entre la gran multitud de libros que se publican, es raro encontrase con uno
que ayude a ampliar conocimientos, que descanse, que entretenga, que acerque a
Dios y que lleve a la reflexión. Sin embargo, de vez en cuando, ese libro
aparece. Y éste es el caso de La herida
esencial. Consideraciones de Teología Fundamental para una mistagogía de
Pedro Rodríguez Panizo, profesor de Teología en la Universidad Pontificia de
Comillas.
¿Qué
me ha enseñado Pedro a través de este libro? Han sido muchas, pero, sin querer
ser exhaustivo y sin que el orden de los factores altere el producto, sólo
quiero apuntar algunas.
Me ha
enseñado, en primer lugar, a saber mirar, o al menos a darme cuenta que no
puedo pasar por la vida sin que la vida, lo vivido, pase por mí. A través de la
contemplación de lo que sucede a mi alrededor y me sucede puedo descubrir a
Dios, porque Él sale a mi encuentro.
En
segundo lugar, me enseña que en cada persona hay un gran deseo de encontrar
sentido a su vida y que la experiencia cristiana puede llevar a los hombres a
descubrir el anhelo de sentido último y definitivo de la existencia. Ahora
bien, esto sólo será posible si se el creyente es un místico que ha tenido una
verdadera experiencia de Dios. “Testimoniar el Evangelio supone vivir la vida
cristiana con sencillez y alegría. Personalizarla es ir dando constantemente
soporte existencia (fides qua) a la fides quae, transformar el contenido de
la fe en contenido de vida” (p. 275).
Y, en
tercer lugar, y no por eso lo último, he aprendido que la teología no es una
ciencia abstracta que hable o estudie a un Dios enigmático o escondido. En este
libro se descubre a alguien que ha leído mucho, pero que ha reflexionado y
pensado sobre lo leído; que ha contemplado, es decir que sabe mirar, y ha
orado; y que no se lo ha guardado para sí, sino que lo ha hecho vida y lo ha
compartido.
La
teología no es un producto de laboratorio. Es la fe que busca ser comprendida,
pero no sólo y exclusivamente como un ejercicio del intelecto, sino como fruto
de una fe, de una experiencia creyente que brota de la relación íntima con
Dios. Y esto mismo también se podría aplicar al sacerdote, como escribe el
mismo Pedro:
“Quizás
los creyentes nos estén pidiendo a voces que no siempre sabemos interpretar,
que seamos ante todo hombres de oración, hombres de Dios que viven orientados
de por vida en la búsqueda de la verdad, apasionados por Él y por acompañar,
animar y suscitar existencias creyentes que se atreven a hacer del Único
Necesario el centro que todo lo articula y la fuente desde la que es para los
demás” (p. 277).
Todo
lo anterior sirva como agradecimiento y espero, querido Pedro, que cuando nos
encontremos de nuevo por las calles de Tres Cantos o comprando en el
supermercado, te pueda agradecer personalmente el bien que me ha hecho leer tu
libro.
Esta es una advertencia
sobre la intelectualización de la fe y de la teología. Es un temor que tengo en
este tiempo cuando leo tantas cosas inteligentes: que se transforme en un juego
del intelecto en el cual “nos pasamos la pelota”, en el cual todo es solamente
un mundo intelectual que no compenetra ni forma nuestra vida, y que por lo
tanto no nos introduce en la verdad[1].
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