Si conocieras el don de Dios...
Cristo es el único interlocutor
competente al que se pueden plantear las preguntas esenciales sobre el
valor y sobre el sentido de la vida (Juan Pablo II)
Si preguntases en
la calle o a tus amigos si quieren ser felices, ¿qué responderían? Con toda
seguridad, primero te mirarían pensando, ‘vaya preguntan más absurda’. Después
te dirían, ‘claro que quiero ser feliz, ¿y quién no?’. Y si luego les
preguntases: ¿qué necesitas para ser feliz? Las respuestas serían muy variadas.
Es posible que, en primer lugar, te dirían que les tocase la lotería, o pagar
la hipoteca, o salud, o trabajo, etc., etc. Sin embargo, lo cierto es que, de
una forma o de otra, buscamos aquello que nos hace felices. Y, aunque eso sea con
la lotería, el trabajo, el dinero o con la salud, siempre queda una especie de
insatisfacción.
El sociólogo
francés Gilles Lipovetsky dice que vivimos en una felicidad paradójica, porque
buscamos esa felicidad en cosas, principalmente en el consumo, y nunca la
alcanzamos, entonces nos llenamos de más cosas, pero como seguimos sin ser
felices queremos todavía más, porque pensamos, o nos han hecho creer, que la
felicidad está en la sociedad del bienestar, es decir, en tener. Ese consumismo
nos convierte en una especie de homo
consumericus. Y todo esto para poder llenar nuestro vacío interior.
Algo parecido le
debió suceder a la samaritana. Aquella mujer había tenido varios maridos. ¿Eso
que me dice? Me habla de alguien que tiene un gran deseo de amar y de ser
amada, pero también me dice que ha buscado la felicidad sin haberlo conseguido.
A lo mejor, ya había renunciado a ello y se había conformado con que los días
pasaran, sin esperar ya alcanzar aquello que desea.
¿Qué es lo que
realmente me puede hacer feliz? ¿Qué puede colmar mi corazón? La respuesta
tendría que ser evidente, ¿verdad? Debería ser Cristo. Sin embargo, si eso
fuera realmente así, ¿por qué tantas veces siento una cierta insatisfacción?
¿por qué no siempre soy plenamente feliz? ¿por qué hay, en ocasiones, una sensación
de vacío? Porque, a lo mejor, como la samaritana, en esas ocasiones en las que
no soy feliz o siento un vacío interior, es porque busco compensaciones, o
porque no quiero arriesgarme a entregarme totalmente, o porque no me acabo de
creer que Dios lo es absolutamente todo.
En la parroquia a
la que pertenezco por vivienda, el sagrario representa a Jesús junto al pozo
hablando con la samaritana. Cada vez que lo veo me recuerda que el Señor me
está esperando. Me dice que tiene sed de mi; que quiere que vaya a su encuentro
para mostrarme los tesoros de su amor. ‘Si conocieras el don de Dios…’. Si de
verdad fuera consciente de todo lo que supone amar a Cristo. Si conociera todo
lo que Él me da. Ese don de Dios es el Espíritu Santo, el agua viva que puede
saciarme y darme la felicidad que tanto deseo.
Si de verdad dejáis emerger las aspiraciones más profundas de vuestro
corazón, os daréis cuenta de que en vosotros hay un deseo inextinguible de
felicidad, y esto os permitirá desenmascarar y rechazar tantas ofertas ‘a bajo
precio’ que encontráis a vuestro alrededor. Cuando buscamos el éxito, el
placer, el poseer en modo egoísta y los convertimos en ídolos, podemos
experimentar también momentos de embriaguez, un falso sentimiento de
satisfacción, pero al final nos hacemos esclavos, nunca estamos satisfechos, y
sentimos la necesidad de buscar cada vez más. Es muy triste ver a una juventud
‘harta’, pero débil.
San Juan, al escribir a los jóvenes, decía: ‘Sois fuertes y la palabra de
Dios permanece en vosotros, y habéis vencido al Maligno’ (1 Jn 2,14). Los
jóvenes que escogen a Jesús son fuertes, se alimentan de su Palabra y no se
‘atiborran’ de otras cosas. Atreveos a ir contracorriente. Sed capaces de
buscar la verdadera felicidad. Decid no a la cultura de lo provisional, de la
superficialidad y del usar y tirar, que no os considera capaces de asumir
responsabilidades y de afrontar los grandes desafíos de la vida[1].

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