Sacerdote, sacerdote, sacerdote

¡Sólo Cristo y sólo su amor es la Vida! (Pablo Domínguez)
En cierta ocasión, en un programa de radio, le preguntaron a Pablo Domínguez, cito de memoria: “Usted es sacerdote, filósofo, decano de una Facultad de Teología. ¿En qué orden pone estas tres tareas?”. La respuesta fue inmediata: “Primero sacerdote, segundo sacerdote y tercero, sacerdote”.
He querido recordar esta anécdota, que me parece muy reveladora de cómo era Pablo, ahora que se cumplen cinco años de su marcha al cielo, donde siempre deseo estar. Muchos lo recordamos con gran cariño, porque fue, también para muchos, un ejemplo de vida sacerdotal. Es posible que para otros no. Incluso para algunos, que también lo conocieron, haya sido un sacerdote más, una persona más, o tuvieron con él diferencias, grandes o pequeñas. Están en su derecho.
Sin embargo, para quien escribe este blog, Pablo fue un amigo, compañero y, por encima, un modelo sacerdotal, gracias a Dios, como lo son tantos y tantos sacerdotes que hay en el mundo, algunos también muy queridos para mí, y que tienen nombres y apellidos. Estos sacerdotes, cada día, contra viento y marea, entregan su vida por Cristo.
Gracias a Pablo he aprendido lo que es el amor a Dios y al sacerdocio. He visto una vida entregada en fidelidad, hasta el ultimo momento de su vida, a su ministerio y a la Iglesia, a quien siempre sirvió con grandísima lealtad. Descubrí en él cómo es un padre y un pastor, porque cuando hablabas con Pablo parecía que no tenía otra cosa que hacer más que estar contigo. Se veía una persona humilde y sencilla, es más, estoy seguro de que no le estará gustando nada de lo que estoy escribiendo sobre él, porque prefería pasar desapercibido.
Es posible que alguno, o más de uno, al leer esto piense que lo estoy idealizando y/o canonizando, porque Pablo también tenía defectos. Claro que sí. Estoy convencido de que tuvo pecados, como los tengo yo y los tiene todo el mundo. Sin embargo, el santo no es el que no peca, sino el que peca y se levanta. La santidad no está sólo en un puro esfuerzo de la voluntad por conseguir agradar a Dios, sino en dejar hacer al Señor para que vaya modelando en nosotros la imagen de Cristo.
No sé si algún día se abrirá el proceso de canonización de Pablo y lo veamos en los altares. Si es así, bendito sea Dios, si no, también sea bendito. Sea lo que sea y sea como fuere, seguirá siendo, al menos para mí, modelo de vida sacerdotal. Y pido para mí y para todos los sacerdotes una entrega sacerdotal como la suya, hasta el último momento de nuestra vida.
En definitiva, resultará siempre necesario a los hombres únicamente el sacerdote que es consciente del sentido pleno de su sacerdocio: el sacerdote que cree profundamente, que manifiesta con valentía su fe, que reza con fervor, que enseña con íntima convicción, que sirve, pone en práctica en su vida el programa de las Bienaventuranzas, que sabe amar desinteresadamente, que está cerca de todos y especialmente de los más necesitados[1]

[1] Juan Pablo II, Novo incipiente, 7.

Comentarios

  1. Querido Andrés,
    Cuando hoy he leído el título de tu "consideración sin importancia", inmediatamente he intuido que tu consideración era sobre Pablo Domínguez. Y, sin conocerlo realmente porque sólo coincidí con él una vez y estaba rodeado de gente, doy gracias al Señor por la huella que ha dejado en la vida de quienes le conocisteis, especialmente de todos sus hermanos sacerdotes.
    Gracias por compartir tus consideraciones con nosotros.

    ResponderEliminar
  2. Gracias por tu precioso testimonio, yo solo le he escuchado una vez en una charla que nos dio en la parroquia del Enebral y mi sensación fue de que era un Santo y sabio Sacerdote. A él le encomiendo a todos los Sacerdotes, y la dirección espiritual, pues a Pablo le encomendé esta intención. Gracias por tu blog y por tus vivencias que cada semana compartes.

    ResponderEliminar
  3. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

La conciencia escrupulosa y la conciencia delicada

¡Qué paciencia!

Un puro acto de fe