Causas perdidas
Las causas perdidas son las únicas que merece la pena defender, porque
las demás se defienden solas (Alejandro
Llano)
Cuando salió
publicada la Evangelii gaudium, Jonathon Moseley, miembro del Tea
Party, el ala más conservadora de los republicanos, escribió en el “World Net
Daily” que “Jesús está llorando en el paraíso por las palabras del Papa”. Era
una dura crítica contra el Papa Francisco por las referencias, de la exhortación
apostólica, al capitalismo. Esto mismo llevó a otros a afirmar que el Papa era
hipócrita y marxista.
Quienes así hablaron
demostraron un gran desconocimiento de la doctrina social de la Iglesia y, por
supuesto, se olvidaron de que también Juan Pablo II criticó duramente el
capitalismo. El Papa Francisco no ha dicho nada nuevo, sólo nos ha recordado
algo que también pertenece a la esencia del cristianismo, que Cristo vivió
pobre y estuvo al lado de los pobres, de las causas perdidas.
Ahora bien, reconozco que,
según pensaba en el post de hoy y escribía estas líneas, me venía un
pensamiento a la cabeza. ¡Qué fácil es decir todo esto mientras estoy
cómodamente sentado en mi casa! ¡Qué fácil resulta reclamar justicia y atención
a los pobres, cuando tengo de todo! Sí, ya sé que eso no quita para que se
pueda denunciar una injusticia y exigir un reparto justo de las riquezas. Sin
embargo, tengo que reconocer que, esas páginas de la Evangelii gaudium sobre la dimensión social de la evangelización,
fueron una fuerte llamada de atención a mi conciencia.
Se habla tanto de la
sociedad del bienestar, que nos creamos necesidades con una facilidad
asombrosa. Tenemos más de lo que realmente necesitamos, en todos los aspectos.
Pensamos satisfacer nuestro deseos de felicidad con cosas. Cuando las tenemos,
la ilusión dura un instante, a veces es como un cohete de feria, muy bonito,
pero luego la ilusión se desvanece.
Hablamos del bienestar,
pero apenas del bien común, de solidaridad, de agradecimiento, de magnanimidad,
etc., etc. ¿Qué hacer entonces? ¿Es posible vivir la pobreza en una sociedad
como la nuestra? El Papa Francisco, en el mensaje a la Jornada Mundial de la
Juventud de este año, da unos consejos:
Primero, la sobriedad
evangélica. No dejarse llevar por la sociedad de consumo. Es decir, ser libres
respecto a las cosas.
Segundo, preocuparnos por
los pobres, por aquellos que no tienen lo necesario para vivir, tanto material
como espiritual. Acercarse a los pobres, mirarles a los ojos, escucharlos.
Y tercero, aprender de la
sabiduría de los pobres.
Cuando el Hijo de Dios se hizo hombre, eligió un
camino de pobreza, de humillación. Como dice San Pablo en la Carta a los
Filipenses: ‘Tened entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús. El
cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios; al
contrario, se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo, hecho
semejante a los hombres’ (2,5-7). Jesús es Dios que se despoja de su gloria.
Aquí vemos la elección de la pobreza por parte de Dios: siendo rico, se hizo
pobre para enriquecernos con su pobreza (cf. 2 Cor 8,9). Es el misterio que
contemplamos en el belén, viendo al Hijo de Dios en un pesebre, y después en
una cruz, donde la humillación llega hasta el final[1].
[1] Francisco, Mensaje
para la XXIX Jornada Mundial de la Juventud 2014.

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