Uno por todos
… como cordero llevado al matadero… El Señor quiso triturarlo con el
sufrimiento y entregar su vida como expiación (Isaías
53, 7.10)
Cuando era pequeño
e iba a Misa con mis padres, siempre me llamaba la atención el momento previo a
la comunión, cuando el sacerdote muestra el Cuerpo de Cristo y dice: ‘Este es
el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo’. Yo miraba atentamente
aquello que mostraba y pensaba: ‘¿por qué dice: el Cordero? Si eso no tiene
forma de cordero, ni se le parece’.
Lo entendí más
tarde. La imagen del cordero trae la idea del sacrificio, más en concreto, el
sacrificio pascual, cuando el pueblo de Israel celebraba la Pascua, el paso de
Dios para liberar a su pueblo de la esclavitud de Egipto. Bautismo, Cordero,
Pascua, Alimento. Todo está relacionado y en la vida de Jesús forma una unidad
inseparable.
Aquel que ha
descendido al Jordán, junto con los pecadores, es el que se ha hecho pecado. Se
ha sumergido en el mal para cargar con el pecado del mundo y se ha entregado.
Uno por todos. El inocente por los culpables para conducirnos a Dios.
Entrega su vida en
sacrificio, para cumplir así toda justicia, y se hace solidario con el hombre
pecador. En el bautismo, Jesús es el cordero que quita el pecado del mundo, de
esta forma anuncia su muerte y resurrección.
Entonces, cuando el
sacerdote me muestra el Cuerpo de Cristo y dice: ‘Este es el Cordero de Dios’,
está diciendo: Éste es el que ha entregado su vida por ti. Éste es el que ha
muerto para que tu tengas vida. Éste es el cuerpo roto de Cristo, que se parte y se
reparte como alimento.
Oh Jesús,
amor mío ¡cuánto me has amado!
Tú has
recibido las espinas de la soberbia de mí,
para
que yo reciba la humildad de ti.
Tú has
recibido los azotes de la lujuria de mí,
para
que yo reciba el amor y la pureza de ti.
Tú has
sido, por la avaricia, despojado por mí,
para
que yo reciba la riqueza de ti.
Tú has
recibido la hiel y el vinagre de mí,
para
que yo reciba la dulzura de ti.
Tú has
recibido el desprecio y los insultos de mí,
para
que yo reciba la mansedumbre de ti.
Tú has
recibido los clavos y la lanzada de mí,
para
que yo reciba la obediencia de ti.
Tú has
sido crucificado por mí,
para
que yo reciba la salvación de ti.
Tú has
recibido la muerte de mí,
para
que yo reciba la vida de ti.
Tú has
recibido la sepultura de mí,
para
que yo reciba la resurrección de ti.
De mí,
Señor, tú has recibido el mal, la muerte y el pecado, para que yo reciba de ti
sólo a ti mismo.

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