¿Quién soy?
El Hijo de Dios se hizo hijo del hombre, para que el hijo del hombre
llegue a ser hijo de Dios (San Ireneo de Lión)
Cuentan que una
mujer soñó que fue al cielo y allí se encontró con Dios, que le preguntó:
“¿quién eres?”. “Soy Luisa”, dijo ella. Y Dios respondió: “no te he preguntado
tu nombre, sino ¿quién eres?”. “Soy madre de tres niños”, a lo que Dios
contestó: “No te he preguntado cuantos hijos tienes”. La mujer, sorprendida, lo
intentó de nuevo: “soy costurera”. El Señor dijo: “No te he preguntado qué
haces”. Por último, un poco desesperada, aquella mujer respondió: “Estoy
casada”. Y Dios, con una sonrisa en los labios, contestó: “No te he preguntado
por tu estado, sino ¿quién eres?”.
¿Quién soy? La
respuesta parece sencilla, ¿verdad? Cuando alguien se presenta, generalmente,
uno dice su nombre y, si la relación con la persona que nos pregunta gana en
confianza, contamos algo más de nuestra vida, qué hacemos, si uno está casado o
soltero, estudia o trabaja, etc. Sin embargo, todos esos datos ¿dicen quién
soy?
Incluso, si me
definiera como “persona humana”, algo que es totalmente cierto, eso es tan
genérico que parece que no va conmigo. Si dicen de mi que soy “animal
racional”, alguno pensaría que eso tampoco dice realmente quién soy, máxime
cuando proliferan teorías que nos ponen a la altura del simio, o viceversa.
Mi identidad, lo
que me define con persona única e irrepetible y dice quién soy realmente, es
que “soy hijo de Dios”. Sí, alguien puede pensar que eso también es muy
genérico, pero si lo miramos desde Dios, dice mucho, porque para Él soy único e
irrepetible, porque soy hijo suyo. Y si lo pienso despacio, también dice mucho
sobre mí.
Cuando Dios creó al
hombre a su imagen y semejanza miraba al Verbo encarnado, así mostraba en su
Hijo el modelo al que tenía que aspirar el hombre, en consecuencia, mi vocación
es ser imagen del Hijo. No fue el nacimiento de Cristo, en la plenitud de los
tiempos, algo casual, sino que Dios quiso pasar por todas las edades del
hombre, desde niño a adulto, para santificarlas y mostrarnos que estamos
llamados a progresar hasta llegar a ser perfectos hijos de Dios.
Como hijo de Dios
participo de la vida divina gracias a los sacramentos y a la vida de oración.
Puedo tener una relación de intimidad y confianza con Dios, porque sé que es mi
Padre. Soy alguien importante para Él y en Cristo me lo ha dado todo.
Así, pues, la verdad sobre el hombre creado a imagen de
Dios no determina sólo el lugar del hombre en todo el orden de la creación,
sino que habla también de su vinculación con el orden de la salvación en
Cristo, que es la eterna y consustancial imagen de Dios… La creación del hombre
a imagen de Dios, ya desde el principio del libro del Génesis, da testimonio de
su llamada. Esta llamada se revela plenamente con la venida de Cristo[1].
[1] Juan Pablo II, Audiencia
general (9 de abril de 1986).

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