En la fiesta de los inocentes
Éste no es un asunto sujeto a
supuestas reformas o ‘modernizaciones’. No es progresista pretender resolver
los problemas eliminando una vida humana (Papa Francisco)
Ya tenemos nueva
ley del aborto y, como no podía ser de otra manera, está servida la polémica.
Hemos pasado de una ley de plazos a una ley de supuestos. Es decir, que hemos
pasado del exterminio masivo de seres humanos inocentes, amparado por la ley,
al asesinato, menos masivo, de vidas humanas también inocentes.
Y, junto a esto, no se puede pasar por alto el sufrimiento psíquico y moral de una mujer que decide abortar. Porque de esto tampoco se habla.
Es cierto que, con
la nueva ley, los límites, o mejor dicho, la protección al no nacido es mayor.
Se respeta el derecho a la objeción de conciencia de los médicos; exige la
autorización de los padres para que las menores de edad puedan abortar; es
necesario dos informes de médicos distintos, en caso de anomalía fetal;
información oral sobre las consecuencias del aborto; etc., etc.
Con todo esto, el
número de abortos se va a reducir, pero ¿se puede ver todo esto como un mal
menor? El problema es que, en el caso del aborto, nunca hay un mal menor,
porque el asesinato de una persona inocente nunca lo es.
Y lo terrible no es
sólo esto. Como decía un amigo, el problema no es que haya una ley que ampare
el aborto, el problema es que se aborta. En consecuencia, lo que hace falta no
es que se regularice el aborto, sino que se defienda la vida.
Entonces, ¿qué echo
de menos en todo esto? Así a vuela pluma:
- Una
ley que defienda la vida desde su concepción hasta la muerte natural.
- Una
ley que defienda a la familia en general (entendida como la unión de hombre y
mujer, por si queda alguna duda), y a la familia numerosa en particular.
- Una
ley que defienda la maternidad
- Una
ley que facilite la conciliación laboral de los padres (del padre y de la madre).
- Una
ley que promueva una sana educación afectiva y sexual, abierta a la vida, y
donde el aborto no sea una práctica anticonceptiva.
- Una
ley que ayude a las mujeres a superar el trauma del aborto.
- Una
ley que ayude a las familias con hijos que han nacido con enfermedades.
- Una
ley que facilite la adopción
En definitiva, echo
en falta una ley que promueva una civilización del amor y no una civilización
de la muerte.
El hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, sólo
puede ‘encontrar su plenitud’ mediante la entrega sincera de sí mismo. Sin este
concepto del hombre, de la persona y de la ‘comunión de personas’ en la
familia, no puede haber civilización del amor… En efecto, si por un lado existe
la ‘civilización del amor’, por otro está la posibilidad de una ‘anticivilización’ destructora, como
demuestran hoy tantas tendencias y situaciones de hecho.[1]

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