Creo en la vida eterna
Non omnis moriar (Horacio)
Hace unos meses,
mientras esperaba a un amigo a la puerta del Seminario de Madrid, un señor que
pasaba por allí me dice: “Padre, ¿puedo pedirle un favor? Claro, contesté.
Puede pedir por mi madre. Era la única persona que tenía en el mundo y ha
fallecido hace poco”. Aquel hombre me contó que, desde que su madre
había muerto, se había sentido tan solo, que incluso había buscado un médium
para poder volver a ver a su madre.
Hay una resistencia
natural a pensar que todo se acaba en esta vida. Queremos vivir y vivir para
siempre y, por eso, pensar que tras la muerte no hay nada, provoca un vacío
grande en el corazón. Uno quiere pensar que todo lo que ha hecho en esta vida
tendrá sus frutos, que no todo cae en saco roto.
Por otra parte,
como le sucedía a aquel hombre, cómo pensar que nunca más voy a volver a
encontrarme con las personas a las que aquí, en la tierra, he amado. Buscamos
un amor verdadero, que perdure más allá de la muerte.
Y, además, si todo
termina en esta vida caemos en el absurdo. ¿Cómo se podría hacer justicia a los
que han muerto? ¿El verdugo tendría el mismo final que su víctima inocente?
¿Tienen el mismo final quien ha pasado por la vida sembrando mal y quien ha
pasado sembrando el bien? Si esto fuera así, nada tendría sentido.
Ahora bien, no
basta con que la vida eterna sea simplemente una idea piadosa. No es suficiente
sólo un recuerdo estupendo de los que me han amado, o una placa conmemorativa,
o una calle dedicada. Tiene que ser algo más y algo real.
Tampoco me basta
con pensar que me voy a reencarnar o que yo ya soy la reencarnación de alguien
del pasado. ¿Por qué tengo que cargar con las culpas de otro? ¿Por qué tengo
que ser el medio de purificación por los males cometidos por otro? Cada persona
es una e irrepetible y, para los creyentes, amada en exclusividad por Dios.
Si Dios esta en el
origen de mi existencia, ¿no estará también al final? Si Dios me ha creado por
amor y me ha sostenido con su amor, ¿no podré esperar que ese amor sea pleno
cuando me vuelva a encontrar con Él?
Muchos atardeceres, al ganarme el sueño, aguardaba encontrarte en la mañana
que nunca tiene fin. Pero sólo Tú, Señor de mi vida y enfermedad, sabes cuándo
es el día que jamás tendrá ocaso. Mientras tanto, déjame que no te deje y que
dé gracias porque cada instante es un milagro en la espera de otro mayor; la
vida eterna, vivir contigo.
Me abandono, enfermo y débil, en tus
Manos, que me hicieron, y en las de los hermanos que en el camino del dolor me
comunican tu calor. Tus Manos están llenas de misericordia. En ellas me refugio
y en ellas me escondo con todos los que sienten el anuncio de que la vida
terrena es el comienzo de la otra, en la que la enfermedad y la muerte quedan
para siempre vencidas.
Gracias, Señor de mi vida y mi enfermedad, porque me has enseñado que tu
gracia vale más que la vida, que la frialdad de la muerte no dejará que se
apague el fuego de tu Amor.
(Eugenio Romero Pose, Obispo)

La verdad, es que debo dar gracias a mis padres y a Dios por enseñarme y darme Fe para creer en una vida eterna, lo que ayuda mucho a vivir la muerte y la enfermedad como un paso más en la vida. Un abrazo
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