Narcisismo espiritual
El
mundo está lleno de talentos que mueren asesinados por sus mismos propietarios.
Los mata la arrogancia, la presunción, el deseo de aprobación y de éxito (Susanna
Tamaro)
Según cuenta Ovidio en Las Metamorfosis, Narciso era un joven
muy hermoso, del que se enamoraban todas las doncellas. Una de estas doncellas
era Eco, pero Narciso rechazó su amor, por lo que Némesis, la diosa de la
venganza, castigó al joven por su presunción, haciendo que se enamorara de su
propia imagen reflejada en una fuente.
El mito de Narciso
ha dado lugar al narcisismo, es decir, “amor a la imagen de sí mismo”. Dicho en
lenguaje coloquial, el narcisista es aquel que está encantado de conocerse. Es el
que sólo sabe conjugar los verbos en primera persona del singular. ‘Yo, me, mí,
conmigo’, podría ser el lema del narcisista.
Y esto que puede
suceder en cualquier ámbito de la vida, también sucede en la vida cristiana.
Hay un narcisismo espiritual. Son aquellos que, en palabras del Evangelio,
“confían en sí mismos por considerarse justos y desprecian a los demás”.
¿Cuáles son las
características del narcisista espiritual?
Algunas podrían ser
las siguientes. Creerse justo, es evidente. El narcisista espiritual se
considera perfecto. Está por encima del bien y del mal. En consecuencia, le
encanta ‘dar criterio’ y decir a los demás cómo tienen qué pensar, qué decir y
qué hacer, pero siempre, no hay que olvidarlo, poniéndose él (o ella) como
ejemplo. Generalmente el narcisista espiritual no conoce ni la compasión ni la
misericordia. Los pecados y miserias de los demás son lo peor de lo peor. Ahora
bien, él (o ella) nunca cometería tales atrocidades, porque se admira tanto y
tiene tan alto concepto de sí mismo, que no entiende cómo no lo (la) han
canonizado en vida.
Y, ¿cuál es el
remedio contra el narcisismo espiritual? El único, la humildad. Virtud tan
fundamental y tan poco practicada, posiblemente porque la entendemos mal.
Identificamos humildad con humillación, apocamiento, cobardía, etc. Y no es
nada de eso. En cierta ocasión escuché una definición de humildad que me
encantó. Decía: ‘humildad es una relación justa con uno mismo y con Dios’.
Significa,
reconocer lo que soy y cómo soy, con mis virtudes y mis pecados. Por tanto, soy
una criatura, capaz de lo mejor, si acojo la gracia de Dios, pero también de lo
peor, si dejo que mi corazón se cierre a esa gracia.
La humildad es ser
consciente de que soy una vasija de barro, que en cualquier momento se puede
romper. Y cuando viva así, me ahorraré muchos disgustos, porque esa misma
humildad me llevará a ponerme en los brazos de mi Padre. Soy capaz de
comprender la grandeza de la misericordia divina, porque Dios nunca abandona a
sus hijos, pero resiste a los soberbios.
Qué alegres y dichosos deben sentirse, Señor, quienes, al considerar su
propio yo, no descubren en sí mismos nada digno de mención. No sólo no atraen
la atención de los demás, sino que tampoco tienen deseo ni interés egoísta
alguno en atraer la atención de sí mismos. No destacan por sus virtudes ni
tienen que llorar grandes pecados; tan sólo ven su mediocre debilidad e
insignificancia, pero una insignificancia que está oscuramente llena, no de
ellos mismos, sino de tu amor, ¡oh Dios! Ellos son pobres de espíritu que
albergan en su interior el reino de los cielos, porque ya no son importantes ni
siquiera para sí mismos. Pero en ellos brilla la luz de Dios, y ellos mismos,
todos cuantos la ven, te glorifican, ¡oh Dios![1].

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