Poderoso caballero don dinero
Nuestras cosas se tornan propiamente nuestras, cuando no las poseemos
para nosotros mismos, sino que en todo momento las ponemos a disposición de los
pobres (San Juan Crisostomo)
Cuenta Alfonso
Aguiló que en una entrevista a Barbara Hutton, una multimillonaria, el
periodista introdujo una pregunta con la conocida expresión: ‘el dinero no da
la felicidad’. La entrevistada, indignada, respondió: ‘Oiga joven, ¿pero quién le ha
dicho a usted esa tontería?’.
No se consuela el
que no quiere. Y es frecuente que cuando no nos toca la lotería, decimos, ‘al
menos tenemos salud’. Pero es inevitable una cierta decepción. ‘Hombre, un
pellizco no hubiera venido mal’; ‘un poco para tapar unos agujeros’…
El dinero no da la
felicidad, pero ayuda. Sin embargo, cuando el poseer, el tener, el acaparar, se
pone en primer lugar, entonces todo lo demás se desvirtúa. Se valora a la
persona no por lo que es, sino por lo que tiene. Los medios se convierte en fines y
se pasa de lo que es necesario para vivir, a lo superfluo y de lo superfluo a
lo nocivo. ¡Y es tan fácil crearse necesidades!
¿Cuál es el
remedio? La solución está en la solidaridad y en la generosidad. Lo primero,
porque me lleva a reconocer el otro, en el necesitado, a un hijo de Dios y, por
tanto, a un hermano. Lo segundo, porque me lleva a salir de mí mismo y a
compartir de lo mío con el otro. Ese desprendimiento tiene un valor añadido, me
hace libre y me permite buscar aquello que me hace realmente feliz. Sólo Dios
es el bien absoluto por el que merece la pena darlo todo.
Aunque todo lo tenga nada le llena. Y cuantas más
cosas tiene, está menos satisfecho. La satisfacción del corazón no está en
tener cosas, sino en estar desnudo de todo y en la pobreza de espíritu[1].

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