¿Cómo llamará?
No
te pido ver el paisaje distante, un paso bastará para mí (Beato John Henry Newman)
Recuerdo que hace
ya algunos años fui a ver un musical titulado El diluvio que viene. Contaba como un cura de un pueblo recibía una
llamada telefónica de Dios, en la que le anunciaba que iba a haber un nuevo
diluvio. El buen párroco tenía entonces que convencer al pueblo para construir
un arca y salvarse.
En un momento de la
representación, el alcalde estaba en casa del cura, cuando suena el teléfono.
Lo coge y pregunta quien es: Soy Dios,
responde una voz grave. El alcalde suelta una sonora carcajada y, como castigo
a su incredulidad, le cae un rayo del cielo.
¿Cómo habla Dios?
¿Cómo da a conocer su voluntad? Siento decirlo, pero no es por teléfono, ni por
mail, ni por whatsapp, ni por sms, ni por Facebook o Twitter. Y si alguien
estaba esperando algo así, para tomar una decisión importante, lo lleva claro.
¿Entonces?
Posiblemente sea más sencillo que todo eso y, a la vez, más complicado, porque
nosotros nos empeñamos en que lo sea. Dios habla, nos muestra su voluntad. El
problema no está en Él, generalmente está en nosotros que, o bien no sabemos
escuchar, o no queremos escuchar, porque no nos dice lo que queremos oír.
La voluntad de Dios
se manifiesta en primer lugar a través de sus mandamientos y de los
mandamientos de la Iglesia. Se da a conocer mediante las personas que pone a
nuestro lado, mediante la confesión y el acompañamiento espiritual. Por
supuesto, en su Palabra contenida en la Sagrada Escritura y leída en la
Iglesia. Hasta aquí parece que todo está claro, otra cosa es que nos guste o
no, o que le hagamos caso o no.
El problema viene
cuando Dios manifiesta su voluntad a través de los acontecimientos. Entonces la
cosa cambia bastante, porque si los acontecimientos son buenos, fenomenal;
pero, si son malos… ¡Qué difícil es descubrir la voluntad de Dios en la
adversidad! Parece que todo se tambalea.
Incluso, cuando
tomamos una decisión importante, como responder a una llamada concreta, a
seguirlo en la vida religiosa, sacerdotal o en el matrimonio. También surge la
duda: ¿estaré haciendo lo que Dios quiere? ¿Seguro que es esto lo que me está
pidiendo? ¿Y si me equivoco?
Nunca estaremos
absolutamente seguros de estar haciendo la voluntad de Dios. Esa certeza no
existe. Sólo queda la confianza. Confiar en que el Señor siempre me va a
mostrar el camino, a veces de una forma insospechada. Muchas veces descolocándome
y rompiendo mis propios proyectos y esquemas. Ahora bien, siempre debo tener la
seguridad de que Dios quiere de mi la santidad, que es la verdadera felicidad,
y me va a dar los medios necesarios, su ayuda, para alcanzarla.
Señor y Dios mío, no tengo ni idea de adónde voy. No veo el camino que se
abre ante mí. No puedo saber con certeza dónde terminará. Tampoco me conozco
realmente a mí mismo, y el hecho de pensar que estoy cumpliendo tu voluntad no
significa que la esté cumpliendo realmente. Pero creo que el deseo de
agradarte, de hecho, te agrada. Y espero tener ese deseo en todo cuanto hago.
Espero no hacer nunca nada que se aparte de ese deseo. Y sé que, si lo hago
así, Tú me llevarás por el camino recto, aun cuando puede que yo no lo sepa.
Por eso confiaré siempre en Ti, aunque parezca estar perdido y en las sombras
de muerte. No he de temer, pues Tú estás siempre conmigo y jamás vas a dejarme
solo frente al peligro[1]

Comentarios
Publicar un comentario