Lo ideal es lo real
La vida entera del cristiano es un santo deseo. Lo que deseas aún no
lo ves, pero deseándolo te capacitas para que, cuando llegue lo que has de ver,
te llenes de ello
(San Agustín)
Medianoche en París es una de las últimas películas de Woody Allen y, según
dicen los críticos, uno de sus mejores trabajos. Tiene la gran ventaja de que
no aparecen sus grandes temas, con lo cual se puede ver algo distinto.
Un escritor norteamericano algo bohemio, Gil Pender, llega con su prometida Inez y los padres de ésta a París. Una noche, mientras pasea por las calles del barrio latino, soñando con los felices años 20, donde podría desarrollar sus capacidades como escritor, lo invitan a subir a un carruaje que lo lleva a su época soñada. Aquí conoce a otra chica, tan soñadora como él, que busca otra época ideal, distinta a la que vive, en la que se pueda realizar.
Todos, en algún
momento de nuestra vida, podemos tener ciertas tentaciones, como soñar con un
mundo ideal en el que se cumplen nuestros sueños. O también esperar a que se
den las circunstancias adecuadas para tomar decisiones importantes. El problema
es que, si nos dejamos llevar por estas tentaciones, corremos el peligro de
evadirnos de la realidad. Caemos entonces en aquello que alguien, creo que San
Josemaría Escrivá, llamó “mística hojalatera”: ¡ojalá hubiera hecho esto!,
¡ojalá tuviera ese trabajo!, ¡ojalá tuviera los ojos azules o negros! ¡ojalá fuera
más listo o más tonto (seguro que nadie piensa esto)!, etc., etc.
Tener deseos y
tener sueños es bueno, nos lleva a ser creativos, a tener ilusión, a buscar
caminos que nos permitan crecer como personas y como creyentes, porque también
en la vida espiritual hay que tener grandes deseos, como el deseo de santidad. Pero
no podemos olvidar que lo real es lo ideal. Es decir, aquello que tenemos y
somos, con todo lo bueno y lo malo que tengo y soy, es el mundo en el que tengo
que vivir y es así como Dios me ama.
Además hay que ser
consciente de que los deseos nunca serán colmados. Cada vez que conseguimos
algo, siempre nos queda un sabor agridulce. Sentimos satisfacción por
conseguirlo, pero siempre hay algo que nos dice, no es suficiente, necesitamos
algo más.
Al final
descubrimos que sólo Dios, Bien, Verdad, Belleza Absolutas puede colmar todos
nuestros deseos, ilusiones y sueños. Y Dios lo hace, pero no lo hace en un
mundo ideal que ni existe ni existirá, sino en el hoy, en la vida real. Ahí es
dónde Dios me sorprende cada día y me llama a ser santo.
Dios es real y se manifiesta en el “hoy”. Hacia el pasado
su presencia se nos da como “memoria” de la gesta de salvación sea en su pueblo
sea en cada uno de nosotros; hacia el futuro se nos da como “promesa” y
esperanza. En el pasado Dios estuvo y dejó su huella: la memoria nos ayuda a
encontrarlo; en el futuro sólo es promesa… y no está en los mil y un
“futuribles”. El “hoy” es lo más parecido a la eternidad; más aún: el “hoy” es
chispa de eternidad. En el “hoy” se juega la vida eterna[1].

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