Donde no hay mata...


La oración alimenta el alma: como la sangre para el cuerpo, así es la oración para el alma, y nos acerca a Dios (Madre Teresa de Calcuta)
Cuando estaba en el Seminario, tuve un formador (a quien envío desde aquí un fuerte abrazo) que con cierta frecuencia nos repetía una frase: “Donde no hay mata, no hay patata”.
Recuerdo que eso siempre provocaba cierta sorna. Años después, ya ordenado sacerdote, entendí perfectamente aquello y porqué nuestro formador lo repetía con tanta insistencia.
Nos estamos acostumbrando a un ritmo de vida agitado. Estamos en la era de la multitarea. Tenemos tantas cosas que hacer, que ya no sabemos si vamos o venimos. Actividades apostólicas, tareas pastorales, reuniones, atención a personas, cursillos de novios, de bautismos, campamentos y un largo etcétera. Todo, cosas magníficas. Ahora bien, eso ¿dónde se sustenta?
La raíz de la acción es la vida interior, la oración y los sacramentos, que sostienen esa acción. Nos podemos romper la cabeza montando grandes planes, proyectos estupendos, pero si falta lo fundamental, es como si quisieras hacer un largo viaje sin echar gasolina al coche, no llegarás muy lejos. Quizás por eso, la Madre Teresa de Calcuta quiso que hubiera contemplativas misioneras de la caridad y que las demás misioneras dedicasen tiempo a la contemplación.
Por mucho que nos empeñemos no hay vuelta de hoja. Nos podemos enredar en mil cosas, como Marta atendiendo a Jesús y sus discípulos, pero si queremos vivir vida cristiana, si queremos ser instrumentos de evangelización, si queremos sacar adelante planes pastorales y apostólicos, todo tiene que comenzar en Dios, porque ‘si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles’.
Piensa por un momentos en los santos de la historia de la Iglesia. ¿De dónde crees que sacaron la fuerza para responder a lo que Dios les pedía? Recuerdo que en una ocasión participé en un encuentro con el Cardenal Gagnon, que fue el primer presidente del Pontificio Consejo para la familia, si no recuerdo mal. Alguien le preguntó cómo era posible que el Papa Juan Pablo II, con todo lo que tenía encima, con todos los problemas que le llegaban, no perdiese nunca la paz y pudiera llevar todo adelante. La respuesta fue inmediata. Juan Pablo II se sostiene gracias al tiempo que dedica a estar con Dios.
La misa, la recitación del breviario, las frecuentes visitas al Santísimo, el recogimiento, las devociones, la confesión semanal, las prácticas de piedad… eran momentos fundamentales que constituían la trama cotidiana de su vida espiritual, es decir, de su estar constantemente en intimidad con Dios… Él estaba enamorado de Dios. Se alimentaba de Dios[1].



[1] Stanislao Dzwisz, Una vida con Karol, 93.

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