La libertad de decir ¡no!
La
felicidad la debe buscar uno mismo, aunque sé que no la puedo encontrar en
solitario. Pero para que sea auténtica felicidad exige que sea también libre (Alejandro Llano)
Hace poco volví a
ver la película El show de Truman.
Posiblemente recuerdas el argumento. Cuenta la historia de Truman Burbank, el
primer niño que, al nacer, es adoptado por una productora de televisión. Todo
su mundo es un inmenso plató de televisión en el que, sin que Truman lo sepa,
es grabado por miles de cámaras que retrasmiten en directo cada minuto de su
existencia: los primeros pasos, su vida en la escuela, en la universidad, etc.,
etc…
- Truman, puedes hablar. Te escucho.
- ¿Quién eres?
- Soy el creador del programa de televisión que llena de esperanza y
felicidad a millones de personas
- Y, ¿quién soy yo?
- El protagonista
- …
Reconozco que es una
película que me desconcierta. No sé por dónde cogerla. Por una lado me parece
una alegoría impresionante de la relación del hombre con Dios, el Creador.
Muestra el deseo de libertad de quien busca la felicidad por sí mismo. Y el
afán de Dios por mostrar al hombre un mundo, el creado por Él, donde puede
encontrar esa libertad y felicidad que tanto ansia. Por otra parte, presenta
una imagen del Creador como alguien cruel que somete al hombre y le impide ser
él mismo. Cuando Truman salé del plató, el público aplaude ese acto de rebeldía.
Hay un misterio que
siempre me descoloca. El misterio de la libertad. En más de una ocasión me han
preguntado porqué Dios nos ha hecho libres. Efectivamente, al menos en
apariencia, hubiera sido más fácil habernos creados totalmente determinados
para el bien. Es posible que así nos hubiéramos ahorrado muchos problemas. Sin
embargo, no ha sido así.
Dios ha querido que
fuéramos libres. Incluso, me atrevería a decir que Él mismo ha querido ser
impotente ante la libertad del hombre. En el Evangelio no hay ni un solo texto
en el que Jesús obligue a alguien a seguirle. Es más, cuando los samaritanos se
niegan a recibir a Jesús, y Santiago y Juan quieren fulminarlos con fuego del
cielo, el Señor los regañó.
No somos marionetas
en manos de Dios. No busca controlar al hombre ni programarlo. No ha querido un
sometimiento, sino un amor libre de hijos, no de esclavos. Nos ha dado la
posibilidad de seguirlo, pero también la posibilidad de negarlo.
Señor, haznos vivir
nuestra vida,
no como un juego de
ajedrez en el que todo se calcula,
no como un partido
en el que todo es difícil,
no como un teorema
que nos rompe la cabeza,
sino como una fiesta
sin fin
donde se renueva el
encuentro contigo,
como un baile,
como una danza entre
los brazos de tu gracia,
con la música
universal del amor (Madeleine
Delbrêl)

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