Hasta los confines de la tierra
El compromiso misionero de los creyentes saca fuerza y vigor del
descubrimiento cotidiano de su amor, que nunca puede faltar. La fe, en efecto,
crece cuando se vive como experiencia de un amor que se recibe y se comunica como
experiencia de gracia y gozo (Benedicto XVI)
No hace mucho leía unas
estadísticas sobre la situación religiosa en España, que me dejaban un cierto
desánimo. Una de estas era sobre el tanto por ciento de matrimonios católicos.
Según el Instituto Nacional de Estadística, en el año 2009, se habían celebrado
en España 175.952 matrimonios, de estos,
se habían celebrado 80.174 por el rito católico, 94.993 era matrimonios civiles
y 785 por otra religión.
Otra de las encuestas era
sobre la enseñanza religiosa católica. Según datos de la Conferencia Episcopal
Española, en el curso 1998-1999 los alumnos que elegían enseñanza religiosa
eran un 88% en Primaria y 77% en la ESO; en el curso 2012-2013 eran, en
Primaria, de un 75,1% y de un 55,6% en la ESO. Como se puede apreciar, el
descenso es significativo.
Esto me llevaba a algunas
consideraciones. Primero, que las estadística indican algo pero, como dice un
anuncio, las estadísticas se pueden cambiar. En segundo lugar, es cierto que
esto nos puede llevar a un cierto pesimismo, ahora bien, también es cierto que
hay mucha gente que descubren de nuevo a Cristo. El Señor siempre sorprende
cuando menos te lo esperas.
Y, por último, no se puede
olvidar que todos los bautizados somos misioneros. Es decir, nuestra vocación
cristiana es una llamada a anunciar y dar testimonio de Cristo. Sorprende cómo
los primeros cristianos tenían claro que la promesa, o mandato, del Señor a los
apóstoles: “seréis mis testigos hasta los confines de la tierra”, no se refería
a unos pocos, sino a todos los creyentes.
Es impresionante la rapidez
con la que se extendió el cristianismo. Y fue mediante el testimonio de los
apóstoles y de los primeros cristianos. Llegan hasta el confín de la tierra
entonces conocido y a todos las clases sociales.
Y esa misma promesa (y
mandato), que es tan apremiante como entonces, es para nosotros. Sin embargo,
no es necesario irse muy lejos para dar testimonio de la fe. Los confines de la
tierra son nuestro propio ambiente, el trabajo, la universidad, los amigos…
todas y cada una de las personas con las que nos encontramos en el día a día.
Ahora bien, eso exige de cada uno de nosotros fortalecer la fe en la oración y
con la formación cristiana; alimentarla con los sacramentos; y crecer en
santidad mediante la gracia.
Cristo nos ha dejado en la tierra para que seamos
faros que iluminen, doctores que enseñen; para que cumplamos nuestro deber de
levadura; para que nos comportemos como ángeles, como anunciadores entre los
hombres; para que seamos adultos entre los menores, hombres espirituales entre
los carnales, a fin de ganarlos; que seamos simiente y demos numerosos frutos[1].

Está claro que pasamos por momentos difíciles en nuestro país. Los católicos tenemos la obligación de cumplir con nuestra misión de evangelizar. En cuanto a los matrimonios, por desgracia, incluso los del rito católico se casan mucho por la imagen y eso debería ser más fácil evitarlo, para darle la seriedad que realmente tiene una boda por la iglesia. Un abrazo
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