Hablemos de Dios
Hemos pensado demasiado en el hombre. Es tiempo de pensar en Dios (Andrej Sinjawski)
En cierta ocasión
una profesora, al explicar el origen de las especies, preguntó: “¿De dónde
procede el hombre?”. Y un niño respondió: “El hombre ha sido creado por Dios”.
A lo que la profesora respondió: “Eso lo dice la fe, pero no la ciencia, porque
la ciencia nos dice que Dios no existe. Te lo voy a demostrar con un
experimento. A ver, Tommy, ¿ves ese árbol de ahí fuera?”. Respondió el niño: “Sí”.
“Y el césped, ¿lo ves?”. “Sí”, contestó el niño. “Ahora sal fuera y mira al
cielo, ¿lo puedes ver?”. Tommy respondió: “Sí, lo puedo ver”. “¿Ves a Dios?”,
preguntó la profesora. “No”, dijo el niño. “No podemos ver a Dios, porque no
existe”, concluyó la profesora.
Entonces otra niña
de clase preguntó a su compañero: “Tommy, ¿ves ese árbol de ahí fuera?”. “Sí”,
respondió otra vez el niño. “Y ¿ves el césped”. “Síiiiiiiiiiiiii...”, respondió
cansado de todas esas preguntas. “¿Puedes ver a la maestra?”. “Sí”. “Y ¿ves su
cerebro?”. “No”, respondió Tommy. “Entonces la maestra no tiene cerebro”,
concluyó la niña.
De un tiempo a esta
parte, se ha hecho común la mentalidad de que creer en Dios es contrario a la ciencia
y que, para ésta, sólo existe aquello que se puede medir, pesar y contar.
¿Cuáles han sido las consecuencias de esto? Podríamos resumirlo diciendo que se
pasó de afirmar Cristo sí, Iglesia no. De aquí a Cristo no, Dios sí. Después a
Dios no, religión sí. ¿Cuál será el siguiente paso? Si quitamos a Dios de la
ecuación, se pasará del “Dios ha muerto” a la destrucción del hombre.
Alguien podrá
pensar que esto es una exageración. El problema es que los hechos han
demostrado que eso es así. Y si no recuerdo lo sucedido en la Alemania nazi y
en la Rusia estalinista. Cuando se negó la existencia de Dios, el resultado
fueron los campos de exterminio y los gulags.
Entonces, ¿no habrá
llegado el momento de volver a hablar de Dios? Hoy es más necesario que nunca,
porque, como dice el filósofo Robert Spemann, la existencia de Dios es un
antiguo rumor que se resiste a ser callado. Ahora bien, Dios no es un ser
desconocido, sino el Dios que ha entrado en la historia y se ha dado a conocer
en Cristo.
Y ¿cómo hacer esto?
Fundamentalmente, volviendo a poner a Dios en el centro de la propia vida. Eso
significa que debo dejar a Dios que sea Dios, por tanto que yo no pretenda
ocupar su lugar. En consecuencia, debo dejar de vivir en primera personal del
singular: “yo, me, mí, conmigo”. Es decir, tengo que reconocer primero que soy
criatura, que no me he dado la vida, ni me puedo salvar. En definitiva, que
Dios es la única razón que justifica la existencia del mundo y del hombre.
Hoy lo importante es que se vea de nuevo que Dios existe,
que Dios nos incumbe y que Él nos responde. Y que, a la inversa, si Dios
desaparece, por más ilustradas que sean todas las demás cosas, el hombre pierde
su dignidad y su auténtica humanidad, con lo cual se derrumba lo esencial. Por
eso, creo yo, debemos colocar, como nuevo acento, la prioridad de la pregunta
sobre Dios[1]

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