Siempre será signo de contradicción
Cree la Iglesia que Cristo, muerto y resucitado por todos, da al hombre su
luz y su fuerza por el Espíritu Santo a fin de que pueda responder a su máxima
vocación y que no ha sido dado bajo el cielo a la humanidad otro nombre en el
que sea necesario salvarse. (Concilio
Vaticano II, Gaudium et spes 10)
A lo largo de la
historia del Cristianismo hay siempre una constante, la Iglesia desde sus
orígenes siempre ha sido signo de contradicción. Éste ha sido, es y será su
sino. Es más, incluso, me atrevo a decir que es bueno que eso sea así.
El cristianismo es
la única religión sobre la faz de la tierra que asegura que su fundador no es
un hombre cualquiera, sino el mismo Dios. La Iglesia se ha presentado como
portadora de un mensaje de salvación muy distinto a otros mensajes, pasados y
presentes, que han pretendido usurpar ese puesto con promesas vacías.
Y el mensaje de la
Iglesia siempre ha sido incómodo. Unas veces porque se ha considerado como algo
perverso. Por algo, alguno de los emperadores romanos acusaron al cristianismo
de ser enemigo de la humanidad. Otras veces, porque el mensaje del Evangelio
pone en evidencia los pecados de los hombres. Y, finalmente, aunque se podrían
dar muchas más razones, porque si Dios existe y además interviene en la
historia de los hombres, no todo está permitido. Hay normas, hay un bien y un
mal moral.
Además, la Iglesia
siempre ha tenido la pretensión de anunciar la verdad. Es cierto, como dijo
Juan Pablo II en uno de sus viajes a España, que la verdad no se impone, sino
que se propone. Sin embargo, también es cierto que no siempre gusta la verdad,
sobre todo cuando esa verdad es una denuncia contra el mal que hay en el mundo,
en la sociedad. Y esto no sólo no gusta, sino que vuelven las mismas
acusaciones de siglos atrás, la Iglesia, el Cristianismo, es enemigo de la
humanidad porque quita la libertad, porque impone una moral.
Anunciar a Cristo
como la respuesta a los deseos que hay en el corazón del hombre, siempre ha
sido algo provocativo y escandaloso. Y mucho más hoy en día, cuando hay tanto
en juego. Bajo una aparente racionalidad y pretensiones científicas; con la excusa de una supuesta defensa del
hombre y de su libertad; en nombre de un ecologismo que defiende los derechos
del feto de los animales y no los del feto humano; el cristianismo aparece una
vez más como una burla, un absurdo, una religión enemiga de la humanidad.
Y ante todos estos
ataques, ¿cuál ha sido, es y será la respuesta de la Iglesia? Siempre el mismo,
el testimonio de la verdad. Anunciar, más con las obras que con las palabras,
que sólo en Cristo el hombre, pero no una idea de hombre, sino cada hombre y
cada mujer concretos, con nombre y apellidos, puede encontrar el sentido a su
vida y la razón de su existir.
… cuando una persona conoce verdaderamente a Jesucristo y cree en El,
experimenta su presencia en la vida y la fuerza de su Resurrección, y no puede
dejar de comunicar esta experiencia. Y si esta persona encuentra
incomprensiones o adversidades, se comporta como Jesús en su Pasión: responde
con el amor y con la fuerza de la verdad[1].

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