Volver a casa
Cuando sea capaz de mirar con los ojos de Dios y descubra su alegría
por mi vuelta a casa, entonces en mi vida habrá menos angustia y más confianza (Henri Nouwen)
No hace mucho unos
novios de la parroquia donde ayudaba me pidieron que celebrase su boda. Cuando
quedamos para prepararla y les pedí que eligieran las lecturas, Javier, el
novio, me dijo que quería algo distinto. Yo inmediatamente pensé ‘veamos que
sorpresa hay’. Eso distinto era el evangelio que había pensado para su boda: “la
parábola del hijo pródigo”. Me sorprendió por doble motivo. Primero porque era
original sin hacer nada raro; segundo, porque suponía un reto para mí, ya que
no es un texto que, a primera vista, tenga mucho que ver con una boda.
Es cierto que la
imagen que podemos tener de un hogar puede depender mucho de nuestra propia
experiencia. Si hemos tenido unos padres excesivamente protectores o demasiado
permisivos; si hemos tenido unas padres autoritarios o tremendamente
indiferentes; volver a casa puede que sea lo más parecido a regresar a una
especie de campo de concentración.
Sin embargo, con
Dios no es así. Volver a casa significa encontrarme con un amor incondicional.
Sé que tengo un sitio en su corazón y es un lugar que nadie va a ocupar. No
necesito disputárselo a nadie, porque cada uno tenemos nuestro sitio en el
corazón de Dios.
En la parábola del
hijo pródigo hay algo que siempre me sorprende. No tiene final, o mejor dicho,
tiene un final abierto. No sé si el hijo mayor entró en la fiesta o no. Él
nunca se había marchado lejos. Permaneció siempre fiel al lado del padre. Sin
embargo, también tenía que volver al hogar.
Cada vez estoy más
convencido de que ser cristiano es recorrer de nuevo este camino de vuelta a casa. Eso significa que debo dejar atrás
el miedo, la desconfianza, el resentimiento, la envidia, el orgullo… En
definitiva, todo aquello que me impide ser abrazado por Dios, recibir su perdón
y dejar que cure mis heridas, porque sólo así yo también me convertiré en padre.
Posiblemente este
camino lo tendré que recorrer muchas veces a lo largo de mi vida. Algunas
porque me habré marchado lejos, muy lejos; otras, no tanto. Ahora bien, en unas
como en otras, ¿por qué sé que puedo volver? Porque me voy a encontrar a un
Padre que me espera, me abraza. No me dice: “ya te lo dije”, “que sea la última
vez”, “si te vas no vuelvas”…, sino que una vez y otra y otra, celebra una
fiesta por mi regreso a casa.
… porque sólo hallarás lugar de descanso imperturbable donde el amor
no es abandonado, si él no nos abandona[1].

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