Atrévete a cambiar tu mundo
Y he aquí que tú estabas dentro de mí y yo fuera, y por fuera te
buscaba; y deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tu
creaste (San Agustín)
Verbo cuenta la historia de Sara, una
chica de 15 años que, como todos los jóvenes de su edad, o la gran mayoría, es
idealista, tiene sueños, se hace preguntas y busca respuestas. Como una vez
explicó el realizador de la película:
“El adolescente es idealista y radical por naturaleza y con mucha
frecuencia se interesa por cuestiones profundas, por el sentido de la vida, por
el bien o mal de una acción, por el enigma de la muerte”.
Al mismo tiempo, Sara se siente incomprendida. Parece que vive en una crisis continúa. Hay momentos en los que no se aguanta ni a sí misma. Esa insatisfacción, el deseo por algo distinto, ese búsqueda provoca conflictos. Conflictos en casa, con su padre, con su madre, en clase con los profesores (profesor en este caso); conflictos emocionales. Todo esto provoca en ella una gran soledad y, lo que es peor, mucho sufriendo interior al sentirse incapaz de explicar todo lo que le sucede. Busca una respuesta y no la encuentra.
Y cuando ese dolor y esa soledad se hacen
insoportables, sólo queda una solución. Cuando parece que nada tiene sentido,
hay que acabar con todo. Pero, ¿y si hubiera otra alternativa? ¿Y si poner fin
a la propia existencia no fuera la solución? ¿Hay otras posibilidades?
Verbo me recordaba a aquella otra
película, El club de los poetas muertos,
pero con una diferencia importante. Mientras esta plantea preguntas sin
respuestas, Verbo abre las puertas al
sentido transcendente de la existencia humana. Sí, da una respuesta. Muestra
cómo dentro de cada uno de nosotros hay una voz, una llamada a la vida, pero a
una vida en plenitud. Existe ese deseo de felicidad que no es otra cosa que el
sentido religioso de la vida. Hay en cada persona una fuerza creativa y
creadora que es participación del misterio creador de Dios.
Esa voz interior es un deseo de eternidad. Es la
llamada de Dios, que desde siempre nos invita a participar de su vida, porque
es ahí donde encontramos la respuesta a todas las preguntas. Tu nombre es la prueba de que existes con un grito eterno, dice una de las estrofas de la banda
sonora de esta película.
¡Atrévete a cambiar
tu mundo!, así se
resume esta película, que es una llamada al inconformismo, a una sana rebeldía,
a tomar las riendas de la propia vida y a pensar por uno mismo. Verbo es un alegato contra la
indiferencia, la pasividad, contra todo aquello que suponga seguir esperando,
con los brazos cruzados, a que las cosas cambien, a que se den las
circunstancias adecuadas para ser feliz.
El hombre no puede vivir sin esta búsqueda de la verdad sobre sí
mismo – qué soy, para qué debo vivir – verdad que empuje a abrir el horizonte y
a ir más allá de lo material, no para huir de la realidad, sino para vivirla de
modo aún más verdadero, más rico de sentido y de esperanza, y no sólo en la
superficialidad…
Los grandes interrogantes que llevamos dentro de nosotros permanecen
siempre, renacen siempre: ¿quienes somos?, ¿de dónde venimos? ¿para qué
vivimos? Y estas preguntas son el signo más alto de la trascendencia del ser
humano y de la capacidad que tenemos de no quedarnos en la superficie de las
cosas. Y es precisamente mirándonos a nosotros mismos con verdad, con
sinceridad y con valor como intuimos la belleza, pero también la precariedad de
la vida, y sentimos una insatisfacción, una inquietud que nada concreto
consigue llenar. Al final, todas las promesas se muestran a menudo
insuficientes…
Aprended entonces a reflexionar, a leer de modo no superficial, sino
en profundidad vuestra experiencia humana: ¡descubriréis, con sorpresa y con
alegría, que vuestro corazón es una ventana abierta al infinito![1]

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