El camino de la fe y de la confianza
Creer quiere decir ‘abandonarse’ en la verdad misma de la palabra del Dios
viviente, sabiendo y reconociendo humildemente ‘¡cuan insondables son sus
designios e inescrutables sus
caminos!’ (Rom 11, 33). (Juan Pablo II)
Posiblemente más de uno
recuerda, en la película Indiana Jones y
la última cruzada, las pruebas por las que tenía que pasar el protagonista
para conseguir el santo grial. Una de estas pruebas era atravesar un
precipicio. Era la prueba de la fe. Allí había un puente que no se veía.
Indiana Jones tenía que creer y confiar que eso era verdad, y cruzar al otro
lado.
Continuamente estamos
haciendo actos de fe y, en consecuencia, actos de confianza. Uno confía que,
por la mañana, va a sonar el despertador, aunque alguna vez desearía que no. Confía
que el coche va a funcionar; que el trasporte público va a llegar a tiempo (son
sólo ejemplos); que la comida no va a estar mala o envenenada, etc., etc. Si no
fuera así, si dudásemos de todo y de todos, si no pudiéramos confiar en nadie,
ni siquiera en las personas que sabemos que nos quieren, sería imposible vivir,
nos volveríamos locos.
Y esto que en la vida
diaria parece tan normal, en nuestra relación con Dios la cosa cambia, porque
siempre parece que hay como una sombra de duda. Sin embargo, es precisamente
con Dios con quien más confianza deberíamos tener, precisamente porque es Dios,
y no puede engañarse, ni engañarnos; porque es mi Padre y me lo ha dado todo. Y
porque continuamente me está mostrando su amor incondicional.
Ahora bien, en esas
situaciones de la vida en las que no entiendo nada, pero absolutamente nada…, y
a veces pienso que voy a llegar a la desesperación, o al límite de mis fuerzas,
es cuando me doy cuenta de la fortaleza de mi fe. Se pone a prueba mi confianza
en Dios.
En los momentos en los
que las cosas van bien, la fe parece una cuerda que empleo para atar una caja.
Sin embargo, cuando estoy colgado de un precipicio y mi vida pende de esa
cuerda, me pregunto si será lo suficientemente fuerte como para resistir.
Cuando los
acontecimientos ponen a prueba la fe, ésta se purifica, crece y madura.
Entonces mi confianza en Dios se fortalece, porque la fe me abre los ojos para
comprender toda mi vida desde Dios. Ahora bien, esto es un camino que tengo que
recorrer, como María. La Virgen, después de escuchar el anuncio del ángel, se
puso en camino, y al llegar a casa de su prima Isabel escuchó de su boca: ¡Dichosa tú, que has creído! porque lo que
te ha dicho el Señor se cumplirá (Lucas 1,45).
Creer significa confiar.
Y puedo confiar en alguien sólo cuando existe una relación en la que descubro
que esa persona me ama. Sé que a Dios no le puedo pedir cuentas, o al menos no
debería. Por eso, en la medida en que mi relación con Dios es mayor, también la
fe se alimenta y la confianza también crece.
… encontramos momentos de luz, pero también
encontramos pasajes en los que Dios parece ausente, su silencio pesa sobre
nuestro corazón y su voluntad no se corresponde con la nuestra, con aquello que
nos gustaría. Pero cuanto más nos abrimos a Dios, recibimos el don de la fe,
ponemos nuestra confianza en Él por completo -como Abraham y como María-, tanto
más Él nos hace capaces, con su presencia, de vivir cada situación de la vida
en paz y garantía de su lealtad y de su amor[1].

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