Poner en juego la libertad
Dios que te creó sin ti, no te salvará sin contar contigo (San Agustín)
Llevo varios días
dándole vueltas a una pregunta: ¿No es Dios demasiado exigente? Me explico.
Estaba pensando en aquella viuda que echó unas monedas en el gazofilacio.
Era todo cuanto poseía. Aquella mujer podía ser la profetisa Ana, viuda desde
muy joven, la viuda de Naín, o cualquier otra, da lo mismo. Una vez fuera del
templo, aquella mujer necesitaría de la caridad para poder comer. ¿Podía Dios
exigirle que echara incluso lo necesario para vivir?
Evidentemente no.
Dios no se lo exige, porque no lo necesita. No va a ser más Dios o menos Dios.
A Dios no le sirve, porque la servidumbre
para con Dios, a Dios nada le otorga, pues no ha menester del humano servicio.
Es Él quien a Sus seguidores y servidores les atribuye vida e incorruptela y
gloria eterna[1].
Tampoco me va a
amar más o me amará menos, porque no se puede comprar el amor de Dios. Aquella
mujer no tenía que echar las monedas, sino que quiso echar las monedas. Hay una
diferencia importante entre el debo o tengo que… y el quiero…, porque aquí es
donde se pone en juego mi libertad.
La norma es
importante y necesaria, claro que sí. No podríamos vivir sin ellas. Y cuando
uno empieza a tomarse en serio la vida cristiana y a crecer en la relación con
el Señor, es importante poner mucha voluntad para que la gracia de Dios no
caiga en saco roto. Ahora bien, también es importante dar un paso más.
No puedo pensar en
mi relación con Dios como una especie de mercado, donde negocio, o cuantifico
mis beneficios. Mira Señor, le diríamos, yo te prometo cinco rosarios si me
concedes esto y esto otro; o prometo una vela de cinco metros si consigo…
Siempre estoy calculando y, al final, acabaré como aquella señora que puso la
imagen del Sagrado Corazón de cara a la pared, porque no le concedía lo que pedía.
Tampoco puedo
convertir mi piedad en una pura obligación, que acaba en algo superficial,
aparente, pero totalmente vacío de contenido. Voy a Misa porque debo ir…;
rezo porque tengo que rezar…. Si vivo siempre así, es que me falta lo más
fundamental, el amor.
… la lógica de la ley nos mantiene en una dependencia
negativa: en lugar de vivir sujetos al amor y a la misericordia divina (y de
ser, por tanto, libres, pues ambos nos son dados gratuitamente y sin medida),
dependemos de nosotros mismos… Todo esto nos impide gustar la gloriosa libertad
de los hijos de Dios que se saben incondicionalmente amados, con independencia
de sus méritos o de su ‘boletín de notas’, sea éste bueno o malo[2].

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