El nombre que todo lo contiene
El Nombre de Jesús contiene todo: Dios y el hombre y toda la Economía de la
creación y de la salvación. Decir “Jesús” es invocarlo desde nuestro propio
corazón. Su Nombre es el único que contiene la presencia que significa. Jesús
es el resucitado, y cualquiera que invoque su Nombre acoge al Hijo de Dios que
le amó y se entregó por él (Catecismo
de la Iglesia Católica 2666)
¡No tengo tiempo! Voy tan
rápido. Tantas cosas que hacer. Incluso, los momentos que dedico a Dios son algo
más entre las muchas tareas que hay pendientes. Vivo deprisa, deprisa. Sé que
necesito ese tiempo de paz y de soledad con el Señor. Y lo busco. Sin embargo,
siempre me queda una cierta insatisfacción. Hay tantas cosas que decir; tanto
que contar. Necesito más.
¿Por qué no mantener esa
oración a lo largo del día? Esto sería lo ideal, que cada latido de mi corazón
sea una oración, una sencilla plegaria que elevo al cielo. Un pequeño suspiro;
una jaculatoria; una palabra que sale del corazón, como aquel grito del ciego
Bartimeo: ¡Hijo de David, Jesús, ten
compasión de mí!
El nombre de Jesús lo
contiene todo. No necesitaría más para saber que, en cada momento de mi vida,
cada minuto, en todo lo que hago, puede estar lleno de la presencia de un Dios
que no me es ajeno, sino que me acompaña en cada instante. Así, de forma
sencilla y humilde, puedo llegar a la contemplación. Mi vida se convierte en un
continuo diálogo con Aquel que sé que me ama y entregó su vida por mí.
Se dice que un día el gran Antonio tuvo una revelación
sorprendente: ‘En la ciudad hay uno que se te parece; es médico de profesión,
da lo que le sobra a los necesitados y todo el día canta el trisagio con los
ángeles’. ¿Cómo podía este médico desconocido de Tebas practicar una forma tan
alta de oración? Quizás la clave nos la da Agustín cunado afirma: ‘Tu
desiderium es tu oratio; si el deseo es continuo, la oración también lo es’[1].

Comentarios
Publicar un comentario