Lo que los otros ven
En la vida espiritual se puede llegar a la ruina espiritual por un
dicho o hecho de otro, en cuanto que con su amonestación, solicitación o
ejemplo lleva a otro a pecar (Santo Tomás de
Aquino)
Cuando era
seminarista y estaba en casa, bien por vacaciones o algún fin de
semana, había ocasiones en que mis padres me llamaban la atención por algo que
había hecho mal. Empleaban para ello un argumento irrebatible. Decían: Y tu, ¿no vas a ser sacerdote? Si fuera
el juego de guerra de barcos, tendría que responder: “tocado y hundido”.
Más de una vez me
he acordado de esas palabras, especialmente cuando tengo que predicar. Pienso
lo fácil que puede ser decir a las personas lo que tienen que hacer, o como se
tienen que comportar, pero ¿y yo? ¿Mis palabras, mis obras, aquello que la
gente ve en mí, los acerca o los aleja de Dios?
Según el
diccionario de la Real Academia, escándalo es acción o palabra que es causa de que uno obre mal o piense mal de otro,
y también ruina espiritual o pecado en
que cae el prójimo por ocasión del dicho o hecho de otro. Y, precisamente
esto, ha sido y es uno de los argumentos más empleados contra el cristianismo y
los cristianos: “no predican con el ejemplo”.
Sí, ya sé lo que me
vas a decir, que menudos son muchos de los que dicen eso. Estoy de acuerdo,
pero como decía mi padre, si los demás se quieren tirar a un pozo, yo no tengo
que ir detrás de ellos. Yo, con mi comportamiento, no debería dar argumentos, y
si los doy es para todo lo contrario, como dice el apóstol Pedro que haciendo el bien tapéis la boca a la
estupidez de los hombres ignorantes (1 Pedro 2,15).
Es cierto que nos
tiene que mover sólo la gloria de Dios, que tenemos que obrar con humildad y
sencillez, sin aparentar, pero hay una cosa cierta, que la gente nos ve, y una
palabra o un gesto puede acercar o alejar de Dios. Y cuánta gente, que estaba
lejos de Dios o no lo conocía, que ha visto la belleza del cristianismo a
través de la entrega, la generosidad, la
alegría… de muchos, no se habrá acercado de nuevo a la Iglesia.
Amado Señor, ayúdame a esparcir tu
fragancia donde quiera que vaya. Inunda mi alma de espíritu y vida. Penetra y
posee todo mi ser hasta tal punto que toda mi vida solo sea una emanación de la
tuya.
Brilla a través de mí, y mora en
mi de tal manera que todas las almas que entren en contacto conmigo puedan
sentir tu presencia en mi alma.
Haz que me miren y ya no me vean a
mí sino solamente a ti, oh Señor.
Quédate conmigo y entonces
comenzaré a brillar como brillas Tú; a brillar para servir de luz a los demás a
través de mí.
La luz, oh Señor, irradiará toda
de Ti; no de mí; serás Tu, quien ilumine a los demás a través de mí.
Permíteme pues alabarte de la
manera que más te gusta, brillando para quienes me rodean.
Haz que predique sin predicar, no
con palabras sino con mi ejemplo, por la fuerza contagiosa, por la influencia
de lo que hago, por la evidente plenitud del amor que te tiene mi corazón. Amén (Beato John
Henry Newman)

Comentarios
Publicar un comentario