La sencillez del Evangelio
Así los apóstoles, con
sencillez y sin negárselo a nadie, transmitían a todos lo que ellos mismo
habían recibido del Señor (Ireneo de Lión)
Cuenta el cardenal
Van Thuan que, cuando fue hecho prisionero y lo trasladaron al campo de
concentración, sufrió mucho por todo lo que dejaba atrás. Tenía una gran
preocupación por los proyectos inacabados; por las catequesis; por las
escuelas; los seminaristas… Había mucho que hacer y él no podía ayudar.
Una noche, desde lo profundo del corazón, una voz
me dijo: ‘¿Por qué te atormentas así? Tienes que distinguir entre Dios y las
obras de Dios. Todo lo que has hecho y deseas seguir haciendo… es una obra
excelente, son obras de Dios, ¡pero no son Dios!’[1]
En la vida, todos pasamos por momentos de
crisis, bien por circunstancias personales; por fracasos; por persecuciones;
por una enfermedad… A veces son situaciones de gran sacrificio, en los que
surgen muchas dudas y preguntas.
Ahora bien, es
entonces cuando uno cae en la cuenta de que ha convertido la vida en algo
tremendamente complicado. Y esto ha sucedido, no porque se hayan hecho cosas
malas; posiblemente todo lo contrario. En nuestro quehacer diario siempre hemos
buscado el bien; hemos querido trabajar con rectitud y honradez, intentando
siempre cumplir la voluntad de Dios. Y, sin embargo, a pesar de todo eso, uno
siente la necesidad de purificación. Hay que quitar hojarasca y volver a lo
fundamental. Es la ocasión para descubrir que en la vida nos vamos llenando de
cosas, que son muy buenas, pero que no son Dios.
Hay algo que sorprende
cuando Jesús envía a los discípulos a predicar, y es la pobreza de medios con
la que emprenden la misión. Se marchan sin llevar ni siquiera lo más necesario,
ni pan, ni alforja, ni calderilla… Todo
eso, que a nosotros nos parecería fundamental, es superfluo. La fuerza del
mensaje no se basa en los medios, sino en la sencillez del Evangelio.
Vivir con esa
sencillez, ¿qué me permite? En primer lugar, hace que viva desprendido, no sólo
de los bienes materiales, que es importante, sino de uno mismo, es decir, me
libera de la prepotencia, de pensar que tengo siempre la razón, que mis ideas,
mi criterio, mi opinión tiene que estar por encima de los demás. Descubro
entonces, que no puedo ocupar el lugar de Dios, porque soy sólo un instrumento.
Entiendo que no me puedo apropiar de la Palabra, porque no es mía, sino que la
he recibido, como una joya preciosa que tengo que cuidar, porque es una Palabra
de vida pronunciada y transmitida para la salvación del mundo.
Cuando vivo desde la
sencillez, aprendo que los medios son sólo eso, medios, no fines. Es cierto que
son necesarios, que no puedo vivir de un mal entendido providencialismo,
esperando que Dios haga un milagro, mientras yo estoy con los brazos cruzados.
No, no se trata de esto, sino más bien de comprender que, si en algún momento,
no tengo aquello que parece tan necesario para el apostolado o la pastoral, o
que no salen las cosas según tengo previstas, o fracasan proyectos, no importa,
porque al fin y al cabo, eso son obras de Dios, pero no son Dios. Saber
prescindir hasta de lo más fundamental me salva del orgullo y de la
autosuficiencia.
La sencillez de la Palabra es
fruto del poder de Dios… es el mejor soporte de la verdad. La sencillez de los
justos se opone a la incerteza, o mejor aún, a la astucia, a la mentira. La
mejor garantía para comunicar la fe es la sencillez[2]

Enhorabuena Andrés!
ResponderEliminarme ha parecido fantástico! y además qué fácil es confundir a Dios con las obras de Dios.... y sólo por no ponernos en nuestro sitio.
gracias por el comentario de hoy.
CrisGG