Un Dios cercano
Aquí el deseo de conocerlo todo inmediatamente y a la perfección puede
convertirse en funesta necedad; aquí sólo el humilde reconocimiento de que no
se sabe es el único saber verdadero; la contemplación atónita del misterio
incomprensible es la auténtica profesión de fe en Dios (J. Ratzinger)
Cada vez que llega
la fiesta de la Trinidad viene a mi memoria aquella historia, leyenda,
anécdota, llámese como quiera, sobre San Agustín. Posiblemente la gran mayoría
la conozca. Se cuenta que un día el obispo de Hipona estaba paseando por la
playa, pensando en el misterio de la Trinidad. En esto se encontró con un niño,
que estaba haciendo un hoyo en la arena. San Agustín le preguntó qué hacía, y
el niño dijo que estaba haciendo un agujero para meter el agua del mar en él.
El santo, sorprendido, le respondió que aquello era imposible, a lo que el niño
contestó que más imposible era comprender el misterio de la Trinidad.
Posiblemente no
pase de una leyenda, pero el hecho de intentar comprender cómo Dios son tres
personas y una naturaleza, es decir, tres en uno, parece (y que me perdonen los
teólogos dogmáticos) intentar la cuadratura del círculo. Y además, hay que
mostrar que esto no es contrario a la razón, ni fruto de una interpretación
mitológica de la divinidad.
La Iglesia, desde
los primeros siglos del cristianismo, se ha empeñado en enseñar que tanto el
Padre, como el Hijo, y el Espíritu Santo son tres personas distintas, y no sólo
tres formas de darse a conocer Dios o de manifestarse; que los tres son un
único Dios, no tres dioses; y que el cristianismo no es una religión politeísta.
¿Por qué tantos esfuerzos?, especialmente, cuando un pensamiento como este
rompía con las creencias que había en la época, e incluso era contrario a la
unidad de Dios defendida por los filósofos griegos.
La única
explicación es que si Dios no es así, Padre, Hijo y Espíritu Santo, el
cristianismo no puede tener la pretensión se ser la religión verdadera, es
decir, aquella cuyo fundador, no es un hombre más, sino Hijo de Dios, Dios
verdadero de Dios verdadero. Y si el Espíritu Santo no es Dios, distinto del
Padre y del Hijo, ¿cómo entender la promesa de Cristo a sus discípulos, que
aseguraba su compañía hasta el final de la historia? Esa presencia no sería la
de una persona real, sino un mero recuerdo. Por otra parte, si el Espíritu no
es Dios, el hombre no podría estar en presencia de Dios. Y, sin embargo, porque
es Dios entra en el hombre, está en el hombre, pero es alguien distinto al
hombre.
¿Cuáles son las
consecuencias de esto? Primero que Dios ha querido darse a conocer. No es un
Dios escondido, sino que nos ha creado y entra en relación con nosotros. No es
el Dios relojero, que nos pone en funcionamiento y nos abandona a nuestra
suerte. En segundo lugar, creados a imagen y semejanza de Dios, por medio del
bautismo somos hijos del Padre, miembros de Cristo, templos del Espíritu Santo,
es decir, participamos en la misma vida de Dios.
… el bautismo, nuestro nuevo nacimiento, nos concede renacer a Dios
Padre por medio de su Hijo en el Espíritu Santo. Porque los portadores del
Espíritu de Dios son conducidos al Verbo, esto es, al Hijo, que es quien los
acoge y los presenta al Padre, y el Padre les regala la incorruptibilidad[1]

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