Si Dios está con nosotros...
El dolor, en efecto, verifica la autenticidad del amor del que ama en la tranquilidad (San Gregorio Magno)
Sergio tiene una enfermedad autoinmune. Las defensas de su cuerpo lo atacan y los médicos no saben porqué. Hace unas semanas pasó por el tribunal médico que lo tiene que valorar para la discapacidad. Cuando llegó el turno de la valoración psicológica, la psicóloga le preguntó si seguía algún tipo de terapia, por ejemplo si hacía yoga o algo parecido, contra el dolor y el estrés que le puede provocar estar tanto tiempo enfermo. Sergio respondió: “Yo simplemente rezo y si estoy muy mal, me pongo de rodillas y rezo con más insistencia”. La psicóloga no salía de su asombro. Diagnosticó trastorno adaptativo.
La cruz, el sufrimiento, el dolor, la adversidad, causa escándalo. Estamos tan acostumbrados a vivir en la sociedad del bienestar que, cuando aparece el dolor, todo resulta incomprensible y absurdo. Esa vida ideal que nos habíamos imaginado, nuestro mundo, cae como un castillo de naipes. Pensamos en la inutilidad del sufrimiento y queremos evitarlo a toda costa. Sin embargo, esto es imposible. Nos guste o no, la cruz aparece, bajo distintas formas, en nuestra vida.
La mayoría de la gente de Occidente no entiende el arte de sufrir y siente el miedo de mil formas. Eso ya no es vida, tal como la vive la mayoría de la gente: con miedo, con resignación, amargura, odio, desesperación… El sufrimiento siempre ha exigido su lugar y sus derechos. ¿Importa en qué forma aparece?[1].
Tanto si lo quiero como si no, me voy a encontrar con el sufrimiento, entonces, ¿qué opciones tengo? La primera opción, casi instintiva, es rebelarnos. Negar lo que está sucediendo. Intentar huir a toda consta. Entonces aparece la ira, el rencor, la tristeza… Se pierde la paz, y el absurdo en el que se vive es aún mayor, porque huir de la cruz es lo más parecido a intentar apagar un fuego con gasolina, las consecuencias son terribles. La persona que vive así, vive frustrada, está herida, en consecuencia, es fácil caer en el victimismo. Y esto es una enfermedad que devora a la persona que lo padece y, generalmente, arrastra a los que tiene alrededor.
Otra opción es la resignación. “¿Qué le vamos a hacer?” o “¡Qué mal está el mundo Señor Facundo!”, o también “Habrá que aguantar hasta que pase el chaparrón”. Muchas veces hemos pensado, bien porque nos lo han dicho o bien porque así lo hemos visto en otras personas, que resignarse es lo propio del cristiano. Y no es así. Es cierto que la rebeldía no evita el dolor, pero la resignación tampoco. Si lo primero es inútil y perjudicial, la ventaja de la resignación es que sólo es inútil. Es la política del avestruz, escondo la cabeza bajo tierra. Sin embargo, esto no aporta nada. No da fruto, porque es muy distinta la resignación al abandono cristiano.
La tercera opción es la aceptación[2]. Pero ¿si acepto el sufrimiento, éste desaparece? No. Aceptar la cruz, no significa que me guste sufrir, ni que vaya a desaparecer el dolor por arte de magia. Tampoco significa cruzarme de brazos sin hacer nada. Si me duele la cabeza me tomo una aspirina y si me duele mucho, voy al médico. Ahora bien, también acepto lo que me está pasando, es decir, le doy un sentido. …lo que más importa de todo es la actitud que tomemos hacia el sufrimiento, nuestra actitud al cargar con ese sufrimiento… El sufrimiento deja de ser en cierto modo sufrimiento en el momento en que encuentra un sentido, como puede serlo el sacrificio…[3].
Aceptar la cruz es hacerse una pregunta: ¿qué sentido tiene lo que está pasando? ¿qué me está diciendo Dios con esto que está sucediendo? Ahora bien, la respuesta la encuentro cuando vivo desde la confianza. Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? (Romanos 8, 31). Sé que Dios no me abandona. Me sostiene en el dolor. Ese amor de Dios es el que hace posible que, ante la adversidad y el sufrimiento, yo me pueda recuperar y crecer. Cuando comprendo esto y vivo desde este amor, no me rebelo contra la cruz; tampoco me resignaré, esperando que pase. Mi libertad me llevará a querer lo que me está sucediendo, porque le estoy dando un sentido que antes no tenía.
Los actos más importantes y fecundos de nuestra libertad no son aquellos mediante los cuales transformamos el mundo exterior, sino aquellos mediante los cuales modificamos nuestra propio actitud interior para concederle un sentido positivo a algo, recurriendo en última instancia a la fe, por la que sabemos que de cualquier cosa sin excepción Dios puede obtener un bien[4].
[2] Remito a un estupendo artículo de Marcelo Vázquez, donde explica la diferencia entre aceptar y resignarse: http://vazquezavila.blogspot.com/2011/10/aceptacion-sin-resignacion.html
[4] Jacques Philippe, La libertad interior, 62.
Por lo general se suele entender la libertad como la capacidad que tiene la persona de elegir. Sin embargo, y sin entrar en reflexiones metafísicas que ahora no vienen al caso, una de las características de la libertad interior es, como bien resalta Philippe, que ser libre es también aceptar lo que no se ha elegido. El hombre manifiesta la grandeza de su libertad cuando transforma la realidad, pero también cuando sabe aceptar la realidad que le viene dada. Aceptar las limitaciones personales, la imperfección, las circunstancias y los errores que impone la vida son modos de hacer crecer la libertad interior, pues en este ámbito personal, el de aceptar las cosas que no se han elegido – podemos llegar a ser mucho más dueños de nosotros mismos y, por ende, más libres. Un abrazo y buena perseverancia la de tu Blog ! Marcelo
ResponderEliminarQuerido Marcelo, no puedo estar más de acuerdo contigo. Entendemos la libertad como ausencia de "ataduras o cadenas" exteriores ,y la buscamos como la isla de Utopía. Sin embargo, nunca la alcanzamos y eso es frustrante. Sólo cuando descubrimos la libertad interior como capacidad de situarse ante la realidad de una forma distinta, adaptarse a ella y trasformarla, entonces descubrimos que las circunstancias adversas no son impedimentos que me quitan la libertad, sino oportunidades que tengo para desarrollar todas mis potencialidades. Muchas gracias por tus comentarios que enriquecen, hacen pensar y ayudan.
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