Se levantó de madrugada y se puso a orar


Observando la oración de Jesús, deben surgirnos diversas preguntas: ¿Cómo rezo yo?¿Cómo rezamos nosotros?¿Qué tiempo dedicamos a la relación con Dios? ¿Es suficiente la educación y formación a la oración actualmente? ¿Quién nos puede enseñar? (Benedicto XVI)
Recuerdo que hace años, en la boda de unos amigos, me presentaron a un familiar de los novios, persona ya de algunos años que, según me contó, había estado “muy metido en cosas de Iglesia”. Había dado catequesis en su parroquia, había estado en distintos grupos apostólicos, había organizado viajes y peregrinaciones, y un largo etcétera. Al final me dijo que ya no creía. Se dio cuenta que todo eso no servía para nada y llevaba años sin practicar. Nos despedimos sin posibilidad de seguir la conversación, pero me quedé con el deseo de hacerle una pregunta: ¿hacía oración? Porque todo eso que hacía estaba muy bien, pero si no hay oración, es lo mismo que tener un huerto y no regarlo, se acaba secando.
Es significativo que los Evangelios hayan conservado el recuerdo de la oración de Jesús. Y todavía lo es más que los relatos de la oración del Señor estén siempre unidos a momentos decisivos de su vida: el bautismo en el Jordán; curaciones y milagros; la última cena; la pasión… Son relatos que nos muestran que Jesús no es un mero activista o un predicador sin fundamento. Toda su vida, sus palabras y sus obras, manifiesta una gran intimidad con Dios fruto de la oración.
Todo esto enseña algo evidente, sin la oración la vida cristiana se agota. Se convierte en un lastre, una carga pesada de la que uno se quiere librar cuanto antes, porque resulta insoportable. El camino que lleva a Dios pasa siempre por la oración.
Ahora bien, cuando se trata de oración generalmente surge una pregunta: ¿cuál es el secreto o el método para hacer oración? Creo que puede servir lo que dijo el cardenal Ratzinger a Peter Seewald cuando éste le preguntó ¿cuántos caminos hay para llegar a Dios? Tantos como hombres. Porque, incluso dentro de una misma fe, cada uno tiene su propio camino personal. Tenemos las palabras de Jesucristo: ‘Yo soy el camino’. Así que, en definitiva, hay un solo camino y todo el que se dirija a Dios ya está de algún modo en ese camino que es Jesucristo[1]. Lo mismo se podría decir de la oración, hay tantos modos, formas y métodos como personas, porque la oración es un encuentro personal con Dios y el modelo lo tenemos en Cristo.
Entonces, ¿qué necesito para hacer oración? En primer lugar humildad, que no es otra cosa que pobreza de corazón y desprendimiento. La humildad es la capacidad de aceptar serenamente la propia pobreza radical poniendo toda la confianza en Dios[2]. Por tanto necesito fe y confianza. Independientemente de mi estado de ánimo o de las circunstancias, el Señor siempre está a mi lado, me acompaña y me sostiene. Y esto no es sólo un sentimiento, o un ejercicio mental de auto-convencimiento. Es la confianza que da saber que Dios es mi Padre.
La oración exige fidelidad y perseverancia. Entre las excusas que ponemos para no hacer oración son: no tengo tiempo; Dios no me escucha; no siento nada… Cuando algo nos interesa o sabemos que es importante, lo cuidamos, e incluso nos lo imponemos como una obligación. Y, sin embargo, en cuanto la oración es árida o no obtenemos los resultados que queremos, la abandonamos o ponemos excusas.
Y, por último, necesitamos el silencio. Dios sólo se entrega en el silencio. Aquí es donde se encuentra la paz interior, necesaria para el diálogo y la intimidad con Dios. Cuántas cosas importantes tiene que decirnos el Señor. Espera mucho de ese encuentro en el que estas con Él a solas. No hay nadie más. Lleva tiempo esperando. No quiere que le digas mucho; no va a pedirte cuentas, por tanto, no te justifiques. Deja que hable. Tú sólo escucha. El alma silenciosa es capaz de la más profunda unión con Dios; vive casi siempre bajo la inspiración del Espíritu Santo. En el alma silenciosa Dios obra sin obstáculos[3].
Se podría decir y escribir mucho más sobre la oración. Al final todo se reduce a una cuestión: la oración es fruto del amor.
En un curso de preparación al matrimonio unos novios contaron cómo se habían enamorado. Se conocieron en un grupo de amigos. Después se vieron al cabo de un tiempo, y quedaron alguna vez para salir. Comenzaron a verse todas las semanas. Al final se veían todos los días y se llamaba por teléfono varias veces al día. Se amaban y necesitaban hablar y estar juntos todos los días. Eso es la oración.
… la oración es un impulso del corazón, una simple mirada lanzada hacia el cielo, un grito de gratitud y de amor, tanto en medio del sufrimiento como en medio de la alegría. En una palabra, es algo grande, algo sobrenatural que me dilata el alma y me une a Jesús[4]


[1] Joseph Ratzinger, La sal de la tierra, 36.
[2] Jacques Philippe, Tiempo para Dios, 23.
[3] Santa Faustina Kowalska, Diario. La Divina Misericordia, 219-220.
[4] Santa Teresa de Lisieux, Manuscrito C, 25.

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