Los silencios de Jesús


Dios ha irrumpido en la historia de una forma mucho más suave de lo que nos hubiera gustado. Pero así es su respuesta a la libertad. Y si nosotros deseamos y aprobamos que Dios respete la libertad debemos respetar y amar la suavidad de sus manos (Benedicto XVI)

Es posible que el lector recuerde aquel anuncio de una compañía de telefonía móvil, en el que aparece un joven mirando la lista de notas. Después de recorrer varios nombres con la nota suspenso, ve el suyo con un aprobado. Mira a un lado y a otro, emocionado, buscando alguien a quien contárselo. El spot decía: Cuéntalo todo.
Algo parecido le debió suceder al leproso curado por Jesús, como nos cuenta el Evangelio de este domingo. Necesitaba contar lo que había sucedido en su vida. Posiblemente era inevitable que lo hiciera. ¿Quién sería capaz de guardar un secreto así? Por eso llama la atención el mandato del Señor: No se lo digas a nadie (Marcos 1, 44). Hace unos meses, el mismo Evangelista nos presentaba a Juan Bautista como la voz que grita en el desierto (Marcos 1, 3). Y precisamente ahora, cuando se ha cumplido el tiempo y se anuncia el Reino de Dios, Jesús manda guardar silencio. 
Por otra parte, ¿no es una orden absurda, cuando el milagro se ha producido ante la gente? Y, sin embargo, no era la primera vez que Jesús exigía algo parecido, ni será la ultima. Antes había hecho lo mismo cuando curó al sordomudo, provocando la admiración de la gente (Marcos 7,31-37). Mandó callar a los endemoniados. Cuando resucite a la hija de Jairo insistirá en que no lo sepa nadie (Marcos 5,43). Y se esconderá cuando, tras la multiplicación de los panes, lo quieran hacer rey (Juan 6,14-15).
¿Por qué ordenó guardar silencio? Jesús exigió callar al leproso por pudor... porque la religiosidad profunda tiene también una especie de rubor, como todo sentimiento profundo. Cuanto mas religioso es un hombre, menos ganas tiene de ostentar su religiosidad, de orar a gritos. O  de tocar trompetas -e invitar a los periodistas- cuando da limosnas[1].
Ese pudor sólo se explica por el modo de hacer de Dios y por la manera en que quiere acercarse al hombre. Cristo no se presenta como un Rey poderoso o un Mesías dispuesto para la guerra. Es el cordero que entrega su vida y es el Siervo que no rompe la caña cascada. Esa manera de obrar muestra que Dios ha escogido el camino de la humildad. Se acerca a nosotros de puntillas, sin hacer a penas ruido. Pide permiso para entrar en nuestra vida. No avasalla, ni tira puertas, ni destruye muros. Entra en nuestra vida, si le abrimos la puerta.
Así ha venido Dios a nosotros. Ahora solo falta saber como voy yo hacia Dios. Jesús cura. Hace el milagro y se va. No exige nada a cambio, salvo la fe del que pide el milagro. Y acudían a él de todas partes. Estos silencios de Jesús provocan en mí una pregunta: ¿Por que busco a Dios? Lo busco sólo por lo que me da. ¿Y si no me lo diera? Ha querido respetar mi libertad. Podría hacer grandes milagros para que todos creyéramos en Él. Se podría manifestar de una forma que asombrase al mundo. Podía habernos creado sometidos a su voluntad y a su amor. Sin embargo, ha preferido guardar silencio y arriesgarse a que el hombre, incluso habiendo visto milagros, lo rechace. Quiere que lo busquemos y lo amemos, no por lo que da, sino porque es Dios. Busca la aceptación libre del amor, no lo compra.
…se revela Jesús a través de un secreto: no viene a proponer una teoría perfecta pero exterior a nuestros corazones; no quiere un saber tan resplandeciente que nos cautive como a mariposas en la bombilla… El don de la Revelación no se da nunca, por tanto, sin cierto repliegue, cierto pudor. Jesús podía hacer bajar ejércitos de ángeles más eficaces que nuestros mejores expertos en marketing operativo. Pero él no es precisamente el Seductor. Se puede forzar una adhesión intelectual. No se puede forzar un corazón[2]


[1] Leonardo Castellani, El Evangelio de Jesucristo, 117.
[2] Fabrice Hadjadj, La fe de los demonios, 95.

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