Tu eres mi Hijo
El descenso de Jesús a este sepulcro líquido, a este infierno que le envuelve por completo, es la representación del descenso al infierno: ‘Sumergido en el agua, ha vencido al poderoso’... (Benedicto XVI)
Stefan Zweig en su novela Los ojos del hermano eterno, cuenta la historia de Virata, un juez considerado el más justo entre todos los hombres. Cada vez que le presentaban un malhechor para ser juzgado por un delito, escuchaba a todos; meditaba durante días el caso y buscaba un juicio y una condena que fuera justa y ayudara al culpable a reconocer su delito y arrepentirse de él.
Un día, después de dictar sentencia contra un acusado de robo y asesinato, el culpable se enfrentó al juez. Le dijo que nunca sabría lo que era una sentencia justa hasta que él mismo no supiera lo que es estar condenado.
Más tarde, el juez visitó al prisionero en la cárcel y le propuso un trato. Se cambiaría por él. Sufriría en su lugar la condena. Así fue. Estuvo en prisión meses. En un calabozo cavado en lo profundo de un roca, donde no llegaba la luz del día y todo era silencio y tristeza. De esta forma comprendió lo que significaba ser un condenado y cómo era el castigo que un hombre tenía que pagar por su crimen.
Hoy celebramos la fiesta del bautismo de Jesús en el Jordán. Un hecho que no deja de llamar la atención. Si tenemos en cuenta que el bautismo de Juan era un bautismo de conversión; que llama a los pecadores a arrepentirse; a cambiar de vida, entonces, ¿por qué se bautiza Jesús? ¿Necesitaba cambiar de vida? ¿Arrepentirse de algo?
Cuando Jesús va al Jordán para ser bautizado por Juan, se presenta como un pecador más. Dios no se conforma con ser un espectador cualquiera en el teatro del mundo. No es sólo un Juez justo, sino que para ser también misericordioso, ha querido experimentar él mismo lo que significa ser un condenado. Se ha hecho pecado; ha descendido al infierno que cada hombre vive a consecuencia de sus pecados. Ha querido experimentar la prueba del dolor, de la soledad, de la tristeza y de la angustia. No ha querido ser indiferente a nada de lo que sucede en la vida de los hombres.
En el descenso de Jesús a las aguas del Jordán descubrimos a un Dios que se ha compadecido de los hombres. Se ha compadecido de su sufrimiento físico y moral. Y compadecerse significa padecer-con. Es decir, ha cogido sobre sus hombres a la oveja descarriada y la lleva de nuevo a la casa del Padre. Carga con la culpa del hombre porque es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.
Cuando Jesús salió del agua se oyó la voz que decía: Tú eres mi hijo amado, en quien me complazco (Mc 1, 11). El hombre se reconcilia con Dios. Se le abren las puertas del cielo. Ya no está bajo la servidumbre del temor; ha dejado de ser esclavo y pasa a vivir en la libertad de los hijos de Dios.
En Jesús se nos da la luz de la verdad, la remisión de los pecados, la restauración de la libertad frente a las fuerzas del mal, una capacidad nueva de amar, la participación en la naturaleza divina, la victoria sobre la muerte mediante la resurrección corporal, la vida eterna. Jesús sale al encuentro de la miseria humana (Cardenal Van Thuan, Testigos de esperanza, 32)

Comentarios
Publicar un comentario