¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno?


La Redención no ha sido decretada ni impuesta al hombre, ni tampoco está cimentada sobre una base estable, la Redención se apoya en el frágil recipiente de la libertad humana[1].
Es posible que muchos recuerden la campaña Bus Ateo que, en junio de 2008, promocionó la periodista británica Ariane Sherine, en defensa del librepensamiento y el ateísmo. El lema de aquella campaña decía: Probablemente Dios no existe. Deja de preocuparte y disfruta de la vida. Una idea que, con frecuencia, se plantea también de otra manera: si Dios existe, el hombre no puede ser libre, no puede ser feliz.
Vivimos en una sociedad que exige cada vez más ámbitos de libertad. Ser uno mismo, vivir auténticamente, no depender de nada ni de nadie, se contrapone a la idea de entrega, dependencia, ley, mandato. Cuando se absolutiza la libertad, convirtiéndola en mi libertad, y no en libertad para el amor, Dios se convierte en un enemigo: ¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros?[2]. En las preguntas del endemoniado, se ponen de manifiesto dos formas de vida, la del amor a uno mismo y la del amor a Dios y al prójimo. Es decir, vivir en libertad para uno o vivir en libertad para la entrega de la vida.
Aquella campaña del Bus Ateo fue la reivindicación, llevada a su mayor expresión, de la propia libertad. Ahora bien, todos, de forma mucho menos radical, hemos exigido nuestros ámbitos de libertad frente a lo que consideramos ilegítimas intromisiones de los demás, e incluso de Dios.
Cuántas veces no habré reclamado mi tiempo, mi espacio, mis cosas, mis planes, mis proyectos, mis derechos, etc. …. Soñamos con la vida como si ésta fuese un inmenso supermercado en el que cada estante despliega un amplio surtido de posibilidades del que poder tomar, a placer y sin coacción, lo que nos gusta, y dejar lo demás… querríamos elegir nuestra vida como el que escoge una prenda de un grueso catálogo de venta por correo[3].
 El deseo de libertad está estrechamente unido al deseo de felicidad. Sin embargo, nunca se dan las condiciones adecuadas para alcanzar esa felicidad plena. Entre otras cosas, porque pensamos que la felicidad depende, sólo y exclusivamente, de las circunstancias que nos rodean. Lo mismo sucede con la libertad. No caemos en la cuenta de que el primer paso para la libertad, es la libertad interior.
Etty Hillesum fue una chica judía holandesa que murió en el campo de exterminio de Auschwitz, en septiembre de 1942. Durante el tiempo de persecución escribió un diario, en el que iba narrando no sólo su vivencia de aquellos años, sino también su proceso interior que le llevó a descubrir el sentido religioso de la vida. A propósito de un interrogatorio en el cuartel de la Gestapo, escribía: La gente se forja su propio destino desde su interior... Las situaciones en las que se puede ser algo en esta tierra no son tantas: se es esposo, padre, esposa, madre, se está en prisión, o se es guardián de una prisión. No hay tanta diferencia... Pero cómo se sitúa uno interiormente ante los acontecimientos de la vida, eso sí que determina el destino. En eso consiste la vida... El miércoles por la mañana temprano estuvimos con un grupo grande en una estancia de la Gestapo y las circunstancias eran en ese momento para todos iguales... Pero la vida de cada uno se determinaba por la manera de enfrentarse a ella interiormente[4].
La verdadera libertad se vive de forma paradójica. Es decir, sólo alcanzo la libertad, y en consecuencia la felicidad, cuando me vacío de mi yo y me abro amorosamente a los demás. Sólo cuando me trasciendo, salgo de mí para entregarme a los demás, me realizo plenamente. Sin embargo, esto sólo es posible si vivo desde Dios, porque de otro modo esa entrega acaba en un agotamiento interior y en una frustración. La libertad es auténtica cuando persigue el sumo bien, y éste no es otro que el amor de Dios manifestado en Cristo. Ese amor me sostiene y me realiza plenamente.
Somos libres. Pero por otra parte no somos omnipotentes. Tenemos que vivir de la voluntad de Dios, de la escucha de la Palabra de Dios. Por lo tanto ¿en qué consiste la libertad? La libertad está hecha para acoger y seguir la voluntad de Dios… Libertad, sí; mi libertad, sí, pero para hacer la voluntad de Dios[5].


[1] Joseph Ratzinger, La sal de la tierra, 237.
[2] Marcos 1, 24
[3] Jacques Philippe, La libertad interior, 28.
[4] Etty Hillesum, Una vida conmocionada. Diario 1941-1943, 83-84.
[5] Pablo Domínguez, Hasta la cumbre. Testamento espiritual, 49-50.

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