¿Qué buscas? ¿Cuál es el deseo de tu corazón?
No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva (Benedicto XVI, Deus Caritas est, 1)
Cuando los creadores de la película Toy Story escribieron el guión, partieron de una idea: los objetos tienen una esencia propia, un propósito para el cual fueron creados. Si los objetos tuvieran sentimientos, estos se centrarían en el deseo de cumplir su cometido. Así, por ejemplo, una silla, si tuviera sentimientos, sería feliz cuando alguien se sienta en ella; en el caso de un vaso, sería feliz al estar lleno y triste al estar vacío. Lo mismo pensaron de los juguetes, su finalidad es que los niños jueguen con ellos y así cumple la misión para la que han sido creados, y son felices.
Los guionistas de Toy Story no inventaron nada nuevo. Simplemente aplicaron un principio que dice: operatur sequitur esse (el obrar sigue al ser). Si los muñecos tuvieran sentimientos, como decían los creadores de la película, y sintieran felicidad al cumplir su finalidad, ¿qué debería suceder en nosotros, que sí tenemos sentimientos? Tendríamos que aplicar el mismo principio, de tal forma que, cada uno de nosotros, sólo será feliz en la medida en que cumpla el fin para el que ha sido creado.
La pregunta que Jesús hace a Juan y a Andrés, ¿qué buscáis?[1], es la pregunta sobre el sentido de la vida, sobre la meta que queremos alcanzar, sobre la razón de nuestro existir. Buscamos una respuesta a los deseos más profundos del corazón del hombre, que quiere ser feliz. Y sólo en la medida en que nuestro obrar siga a nuestro ser, es decir, sólo cuando obremos según el fin para el que hemos sido creados, encontraremos ese sentido, esa razón, alcanzaremos la meta y la felicidad plena.
Ahora bien, ¿dónde buscar? Podemos buscar nuestro camino en el éxito, en el dinero, en el poder, en el egoísmo, en el bienestar, etc., etc. Sin embargo, cuántas veces no habremos comprobado que eso no llena. Es una felicidad pasajera que, al final, siempre deja un vacío mayor del que pretendió llenar. Descubrimos que no podemos satisfacer nuestros deseos más profundos por nosotros mismos, ni en nosotros. Quizás por eso Kierkegaard afirmó que la puerta de la felicidad se abre hacia fuera y al intenta ‘derribarla’ se le cierra[2].
Si todo esto no colma mi corazón, ¿cómo encontrar aquello que busco? Descubro que no soy capaz, con mis propias fuerzas, de hallar lo que deseo. Entonces es Dios mismo quien sale a mi encuentro. Es Él quien me busca y me da la respuesta. Este encuentro con Dios se realiza en Jesucristo. En El, que ha dado la vida por nosotros, en su humanidad, experimentamos el amor que Dios nos tiene. «Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna» (Jn 3, 16)[3].
Desde la eternidad, Dios ha pensado en mí, en cada uno de nosotros. Nos ha llamado por nuestro nombre y nos ha hecho hijos suyos. Cuando respondemos a esta llamada y vivimos así, como hijos de Dios, entonces cumplimos el fin para el cual hemos sido creados.
¿Qué consecuencias tiene esto? Pasamos del orgullo y la autosuficiencia a la humildad y a la confianza. Descubrimos que la vía del amor y de la entrega es el camino de la verdadera alegría. La vida se convierte en una aventura apasionante en la que Dios, poco a poco, nos descubre un nuevo horizonte, una forma distinta de vivir. Nos muestra un futuro, no exento de sufrimiento, pero que, tanto en los momentos de alegría como en los de dolor, es una apertura a la esperanza. En definitiva, vivir como hijos de Dios, obrar de acuerdo a lo que somos y estamos llamados, unifica la existencia y le da sentido. Es una llamada a la libertad que colma los deseos del corazón. Es la respuesta a aquello que busco y anhelo.
Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos. De un modo misterioso pero real, no deja de llamarnos de distintas formas para dar a cada una de nuestras vidas un valor, una belleza y una fecundidad que superan todo lo que podemos prever e imaginar[4].

Comentarios
Publicar un comentario