Palabras
La palabra que suena es la que pasa; pero la significada por el sonido está en el pensamiento de quien la dijo, permanece en la inteligencia de quien la ha oído, aunque desaparezcan las palabras [1]
Una superviviente de Auschwitz cuenta que, cuando tenía quince años, ella y su hermano de ocho, fueron detenidos y conducidos al campo de exterminio. Estaban a punto de llegar y ella vio que su hermano había perdido los zapatos. Se enfadó mucho con él y lo regañó porque no había sido capaz de cuidar sus cosas. Eso fue lo último que le dijo. Él no sobrevivió. Cuando salió de Auschwitz prometió que nunca diría nada que no pudiera quedar como la última cosa que dijese.
Si conociéramos el momento en que vamos a decir una última palabra a alguien querido, ¿cuál sería?
Una palabra basta para enamorar o para destrozar el corazón. Puede ser como una caricia o un puñal que atraviese el alma. Las palabras no se las lleva el viento, porque las palabras pesan y quedan grabadas en el corazón. Pesan como una cadena que esclaviza o como un lazo que une. Una palabra construye y otra destruye. Una hace crecer y otra humilla. Una provoca alegría y otra lleva a la tristeza. Una da esperanza y otra desilusión.
Hay una palabra engendrada y una palabra pronunciada, por eso de la abundancia del corazón habla la boca[2]. La palabra es fruto de la vida interior de quien la pronuncia. Expresa nuestro ser más íntimo. Manifiesta lo que hay en el corazón. Por eso hay palabras vacías, palabras bellas, palabras superficiales, y palabras llenas de sentido.
La palabra es un arma poderosa que defiende a los débiles y debilita a los poderosos. Muestra la riqueza del pobre y la pobreza del rico. Hay palabras que no se pueden pronunciar para no herir y hay palabras que son necesarias para corregir. Hay ocasiones en las que hablar es caridad y callar es cobardía. La palabra da aliento, sostiene, fortalece...
Una palabra basta para crear vida o generar muerte. Con una palabra hacemos amigos y con una palabra los perdemos. Con una palabra amamos y con otra odiamos. Con una palabra perdonamos y con otra nos vengamos. La palabra permite el diálogo y reconcilia a los enemigos.
Hay palabras prudentes y palabras insensatas. Hay palabras que provocan ruido y palabras que producen música o crean poesía. Basta una palabra, sólo una palabra para transformar el alma.
¿Que las palabras no tienen tanta importancia? Yo no me atrevería a afirmarlo con tanta seguridad. A veces creo que muchas cosas, que todo depende de las palabras, de las palabras que uno dice a su debido tiempo, o de las que se calla, o de las que escribe... [3].
La palabra necesita del silencio para existir. La palabra es un misterio que llena de luz o provoca oscuridad. La palabra es creadora de belleza, de bondad, de verdad. Dios creó todo por su Palabra, y vio que todo era bueno.
Hablamos y hablamos sin tan siquiera dudar de que la palabra, para existir de verdad, debe nutrirse de la escucha... Sí, cada palabra es una semilla, y el corazón del hombre es el lugar donde debe posarse. Es ahí, en nuestro interior, donde debe echar raíces, romper el tegumento de la indiferencia, crecer, ascender hacia el cielo, transformándonos de póngidos a criaturas llenas de sabiduría [4]

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