Auténticos testigos educadores en la verdad

Solemnidad de Santa María Madre de Dios. Jornada Mundial de Oración por la Paz

... lo que hacemos no es tanto aceptar la verdad en un acto puramente intelectual, sino abrazarla en una dinámica espiritual que penetra hasta la esencia de nuestro ser. Verdad que se transmite no sólo por la enseñanza formal, por importante que ésta sea, sino también por el testimonio de una vida íntegra, fiel y santa... (Benedicto XVI)

Es habitual que cuando llegan los últimos días del año en la prensa y en la televisión se haga balance del año que termina. Incluso es posible que también nosotros lo hagamos. Al finalizar el 2011, quizás, como escribe el Papa en el Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, ha aumentado el sentimiento de frustración por la crisis que agobia a la sociedad, al mundo del trabajo y la economía... Parece como si un manto de oscuridad hubiera descendido sobre nuestro tiempo y no dejara ver con claridad la luz del día (Benedicto XVI, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2012).

Ahora bien, frente a una queja continua por la situación que nos toca vivir, es bueno preguntarse dónde está la raíz de esta crisis. Si fuera simplemente una crisis económica, la solución estaría en manos de los “técnicos” en economía, en los modelos productivos, podríamos decir que estamos en un cambio de ciclo, etc. Sin embargo, cada vez son más los que ponen en evidencia que esta situación, es una crisis cuyas raíces son sobre todo culturales y antropológicas. Y precisamente porque las causas del mal son profundas, también son necesarias soluciones profundas. Por eso Benedicto XVI ha querido centrar su Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, en una perspectiva educativa: Educar a los jóvenes en la justicia y la paz.

En este mensaje hay dos cuestiones que me gustaría resaltar. La primera, podría parecer algo obvio, pero por eso es posible que pase desapercibido. El Papa no habla de la “enseñanza”, sino de la “educación”. Creo que el matiz es importante. El Diccionario de la Real Academia define enseñar como: Instruir, doctrinar, amaestrar con reglas o preceptos. Es decir, que lo mismo enseñas a una persona que a un animal. Enseñar, trasmite la idea de “dar unos conocimientos”, pero no va más allá. Educar, sin embargo, implica, como explica Benedicto XVI, el encuentro de dos libertades. Educar significa conducir fuera de sí mismos para introducirles en la realidad, hacia una plenitud que hace crecer a la persona.

Las implicaciones que tiene esto son importantes. Porque educar conlleva formar en unas normas y valores humanos y cristianos. Significa aprender, en la relación con los otros, la generosidad, la solidaridad, la entrega. En definitiva, todo aquello que exige salir de uno mismo para darse a los demás. Y lo que es más importante, la educación debe poner al hombre, como criatura, ante su Creador, esto es educar en la dimensión transcendente y religiosa del hombre. Es por esto, por lo que los educadores deben poner a cada persona en la situación de que pueda descubrir la propia vocación, acompañándolo mientras hace fructificar los dones que el Señor le ha concedido. Que aseguren a las familias que sus hijos puedan tener un camino formativo que se contradiga con su conciencia y principios religiosos.

La segunda cuestión que es fundamental para entender el valor de la educación, es el papel del educador. Éste no es un mero transmisor de conocimientos, sino un testigo. Así lo explica Benedicto XVI, cuando afirma: los testigos auténticos, y no simples dispensadores de reglas o informaciones, son más necesarios que nunca; testigos que sepan ver más lejos que los demás, porque su vida abarca espacios más amplios. El testigo es el primero en vivir el camino que propone.

No podemos olvidar que el cristianismo no se propagó, principalmente, por grandes discursos o escritos que conmovieron a las masas. ... el influjo de la Verdad en el mundo proviene generalmente del testimonio personal directo e indirecto, de los que tienen confiada la tarea de enseñarla (J. H. Newman, Sermones Universitarios, 135). Dicho de otra forma, si el verdadero desarrollo de la persona debe ser integral, y tiene que abarcar todas las dimensiones de la persona, esto exige que quien educa muestre la verdad de forma integral, con coherencia. La unidad de vida, donde las palabras están acompañadas por los hechos, es el principio en el que se tiene que fundamentar la educación.

El educador, cuando se convierte en testigo, no es un mero transmisor de conocimientos, sino que es un modelo, un referente para aquellos a quienes educa. Es instrumento de Dios para mostrar al hombre la grandeza de su vocación. No se buscará entonces una formación utilitarista o pragmática, sino que se propondrá la Verdad que da vida al hombre.


... el camino hacia la verdad completa compromete también al ser humano por entero: es un camino de la inteligencia y del amor, de la razón y de la fe. No podemos avanzar en el conocimiento de algo si no nos mueve el amor; ni tampoco amar algo en lo que no vemos racionalidad: pues “no existe la inteligencia y después el amor: existe el amor rico en inteligencia y la inteligencia llena de amor” (Caritas in veritate, n. 30). Si verdad y bien están unidos, también lo están conocimiento y amor. De esta unidad deriva la coherencia de vida y pensamiento, la ejemplaridad que se exige a todo buen educador (Benedicto XVI, Encuentro con jóvenes profesores universitarios El Escorial, 19 agosto 2011). 

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