... hágase en mi según tu Palabra
IV Domingo de Adviento Ciclo B
Ante el anuncio del Señor, ¿María, qué dijo al Señor?: ‘¿Cómo será
eso?’, que es otra forma de decir: ‘¡no entiendo nada!’... María entonces, ¿qué
es lo dice?: ‘Hágase tu voluntad’. ¿Hágase qué? Lo que tenga que ser (Pablo Domínguez)
Cuentan de un compositor que, con motivo del Año Mariano convocado por
Juan Pablo II en 1987, escribió una canción sobre la Virgen. Y quiso
enseñársela al Papa. Tuvo la oportunidad de hacerlo en una audiencia. Cuando
Juan Pablo II leyó la letra dijo, ante el asombro de aquel compositor: “No. No
fue así. La vida de María no fue fácil”.
Es posible que, en alguna ocasión, hayamos pensado que la Virgen, por
el hecho de ser Santa e Inmaculada, tuvo muy fácil cumplir la voluntad de Dios.
Podemos pensar que las palabras de respuesta al anuncio del ángel: hágase en
mí según tu palabra, fueron
pronunciadas inconscientemente, como si pensara que su vida, a partir de ese
momento, se fuera a convertir en un camino de rosas.
Olvidamos que la Virgen era una persona libre que podía haber dicho a
Dios: no. No quiero hacer tu voluntad. No me arriesgo. Estoy muy cómoda en mi
casa. Me voy a casar con un hombre estupendo que me va a dar todo lo que
quiero. No me juego todo esto por una vida que no sé cómo va a terminar. Si me
irá bien o me irá mal. Ser la madre del Mesías es una responsabilidad que no
puedo asumir.
María no dijo nada de esto, pero podía haberlo dicho. Dijo sí a la
voluntad de Dios. A partir de ese momento, como muy bien explica Juan Pablo II,
la Virgen inicia todo su ‘camino hacia Dios’, todo su camino de fe. Es un camino en el que se pone a prueba la fe. La
Virgen creyó contra toda esperanza.
Esto significó, para María, caminar por la senda de la confianza en Dios.
Comienza su camino con la seguridad de que Dios hace posible por su gracia
lo que manda[1].
Al decir sí, la Virgen se convierte, de esta forma, no sólo en Madre
de Dios, sino en discípula del Verbo. Aceptó la voluntad divina como la plena
realización de la propia vocación. Por eso, Isabel pudo decir de ella, con toda
propiedad: Feliz la que ha creído porque lo que te ha dicho el Señor se
cumplirá (Lc 1, 45).
Decir sí a la voluntad de Dios significa fiarse. Tener la seguridad de
que Dios, que es mi Padre, no me va a tender una trampa. Exige arriesgarse. No
tener miedo a la vida; a lo que me pueda pedir. Estamos tan apegados a la
propia comodidad. Todos tenemos la tendencia a huir de todo lo que sea
sufrimiento, dolor, contrariedad. Si pudiéramos elegir una vida sin
dificultades, ¿no lo haríamos? Quizás es por esto que no nos atrevemos a decir
a Dios hágase tu voluntad, y
ofrecerle un cheque en blanco para que Él ponga lo que quiera, no sea que no me
guste lo que me va a pedir; o me envíe algo malo; o me exija demasiado.
Creer quiere decir ‘abandonarse’ en la verdad misma de la palabra
del Dios viviente, sabiendo y reconociendo humildemente ‘¡cuan insondables son
sus designios e inescrutables sus caminos!’ (Rom 11, 33). María, que por la
eterna voluntad del Altísimo se ha encontrado, puede decirse, en el centro
mismo de aquellos ‘inescrutables caminos’ y de los ‘ insondables designios’ de
Dios, se conforma a ellos en la penumbra de la fe, aceptando plenamente y con
corazón abierto todo lo que está dispuesto en el designio divino[2].
Ahora bien, ¿fue fácil para María aceptar y vivir según la voluntad de
Dios? Posiblemente no. Me gusta pensar que, en ese camino que la Virgen
recorrió como discípula de su Hijo, fue descubriendo poco a poco el sentido de
su vida. Los acontecimientos, incomprensibles en un primer momento, se
volvieron claros con el paso del tiempo. Contempló su vida a la luz de Dios y
vivió cada uno de los momentos de su vida, desde los más sencillos y
escondidos, hasta los más dolorosos, como un momento de encuentro con su Padre
Dios.
María recorrió este camino mediante la obediencia de la fe. Esta obediencia fue el origen de nuestra
libertad. Si por la desobediencia de Adán entró el pecado en el mundo, por la
obediencia de Cristo vino la salvación. Si por la desobediencia de Eva nos
convertirmos en esclavos, por el sí de María fuimos transformados en hijos.
Cree, di que sí y recibe. Abre, Virgen dichosa, el corazón a la fe,
los labios al consentimiento, las castas entrañas al Criador. Mira que el deseado
de todas las gentes está llamando a tu puerta. Levántate, corre, abre.
Levántate por la fe, corre por la devoción, abre por el consentimiento[3]

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