¡Estad siempre alegres!
La sonrisa es un gran manto que cubre multitud de dolores
(Madre Teresa de Calcuta)
III Domingo de Adviento Ciclo B
Hace años, no muchos, cuando era un niño, mis padres me llevaron al teatro a ver la actuación de un payaso. Cuando salimos, un grupo de niños fuimos corriendo a la salida de actores. Queríamos ver a ese personaje que tanto nos había hecho reír. La sorpresa fue que, cuando lo vimos salir, nos encontramos a un hombre con cara seria y mirada triste. La alegría que había mostrado en el escenario había sido una ficción.
Hay personas que para estar alegres necesitan disfrazarse, bien sea con una máscara de payaso; o con la bebida; o con drogas; o viviendo superficialmente. Todos, en alguna ocasión, nos hemos encontrado con alguien que hacía broma de todo; no se tomaba nada en serio. Generalmente son personas que frivolizan para esconder un drama interior. Aparentan una alegría que es ficticia. Y cuando se encuentran con la realidad de su vida, descubren que en su interior sólo hay amargura y tristeza.
En cambio, hay otras personas, es posible que todos hayamos conocido alguna, que tienen una multitud de problemas y preocupaciones. Se podría decir que la vida no les sonríe. Y, sin embargo, trasmiten una alegría y una paz que son inexplicables. No se derrumban. Son capaces de alentar a otros. Es posible que estén sufriendo mucho, pero no piensan en ellas, se sobreponen para mostrar una alegría serena que ilumina todo cuanto tocan.
Estoy pensando en la Madre Teresa de Calcuta y su noche oscura. Madre Teresa vivió en la oscuridad más absoluta. Sentía que Dios la había abandonado. Ella lo buscaba sin encontrarlo. El Señor se había alejado dejándola sola: hay una soledad tan profunda en mi corazón que no lo puedo expresar. ¿Cuánto tiempo estará lejos Nuestro Señor?[1].
La Madre Teresa podía tener motivos suficientes para estar triste; para quejarse por tanta miseria como veía en el mundo; por el abandono y la oscuridad interior que tenía. Sin embargo, ella siempre quiso que la sonrisa fuese un signo de la presencia de Dios en su vida. En cierta ocasión escribía al arzobispo de Calcuta:
Hay tanta contradicción en mi alma. Un deseo tan profundo de Dios –tan profundo que es doloroso- un sufrimiento continuo – y, sin embargo, no soy querida por Dios- rechazada-vacía-ni fe-ni amor-ni fervor. Las almas no me atraen –el Cielo no significa nada- me parece un lugar vacío… Rece por mí por favor para que continúe sonriéndole a pesar de todo. Pues soy sólo Suya – de modo que Él tiene todo derecho sobre mí. Soy perfectamente feliz de no ser nadie ni siquiera para Dios[2].
No era la suya una alegría superficial o ficticia. ¿De dónde brotaba? En primer lugar, brotaba de su confianza total en la bondad de Dios. Esto le llevó elegir la luz en vez de la oscuridad. Escoger a Dios, tener deseo de unión con Él. Este deseo la introdujo en la senda del amor. Un amor capaz de convertir la oscuridad en luz, la tristeza en alegría. Esto llevó a la Madre Teresa a descubrir su vocación: ser luz en medio de la oscuridad. Mostrar el amor de Dios a los que no tienen amor. Y trasformar Calcuta, un lugar donde hay pobreza, miseria, desolación y abandono, en un pedacito del cielo. La vida de Madre Teresa fue mostrar que todos y cada uno somos amados de Dios:
Lo más importante que debemos recordar es que Cristo nos llamó a cada uno por nuestro nombre y que él dijo: “Eres precioso para Mí, te amo”. Si recuerdas esto, marcará verdaderamente la diferencia[3].
Todos tenemos nuestro pequeño Calcuta. Todos hemos pasado por momentos de tristeza, de abandono… Incluso podríamos pensar que en nuestra vida hay más motivos para estar tristes que para estar alegres. Quizás, también nosotros, hemos pensado que Dios nos había dejado solos. Ha habido momentos en los que el camino se ha hecho tan difícil y cuesta arriba. Hemos vivido en una soledad tan grande…
Sin embargo, no es la mayor pobreza no tener bienes materiales o no tener salud, o no poseer aquello que aparentemente da la felicidad, sino el no sentirse amado. Es estar vacíos interiormente la causa de la tristeza.
Cuando descubro que Dios me ama, tal y como soy, que me busca y nunca me abandona, mi pequeño Calcuta, mis miserias, mi tristeza, mi desolación, se convierte en un lugar de encuentro con Dios. Entonces comprenderé que la verdadera alegría está, no sólo en ser amado, sino en amar como Dios me ama.
Ámame tal como eres. Conozco tu miseria, la lucha interna de tu corazón y las tribulaciones de tu alma, la debilidad y los padecimientos de tu cuerpo. Conozco tus pecados, tus flaquezas; y te sigo diciendo lo mismo, dame tu corazón. Ámame tal como eres.
Si esperas a convertirte en un ángel para entregarte al Amor, nunca me amarás. Aunque caigas a menudo en esos pecados que preferirías no haber conocido jamás, aunque seas perezoso en la práctica de la virtud, no te permito que no me ames. Ámame tal como eres, en todo instante y en cualquier disposición en que te encuentres, estés en fervor, aridez o tibieza; estés en fidelidad o infidelidad, ámame tal como eres.
Quiero el amor de tu pobre corazón, tu corazón indigente. Si decides esperar hasta que seas perfecto para amarme, nunca me amarás… Cierto es que pretendo formarte, pero mientras tanto, te amo tal como eres. Y tú ámame tal como eres. Deseo ver este amor que has elevado y acrecentado desde el fondo de tu miseria. Amo en ti hasta tu debilidad, amo el amor de los pobres[4].

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