Algo en lo que pensar: ¿Qué civilización queremos construir?
El pasado viernes 21, la Conferencia Episcopal Española publicó una nota ante las próximas elecciones generales. Como ya sucedió en otras ocasiones, los obispos españoles recuerdan la doctrina de la Iglesia y presentan algunas consideraciones que ayuden a “los católicos y a cuantos deseen escucharnos”, a ejercer responsablemente el derecho al voto.
Al hilo de esta nota, me gustaría reflexionar sobre dos preguntas que surgen habitualmente, ante un comunicado de este tipo: ¿puede la Iglesia Católica intervenir en estas cuestiones? ¿Qué puede la Iglesia Católica aportar a la democracia?
La primera cuestión responde a la permanente tensión que, desde hace siglos, vive el llamado “poder temporal” y el “poder espiritual”, y que actualmente está presente en el debate sobre la laicidad del Estado. Una laicidad reconocida por la Iglesia, cuando se entiende “como autonomía de la esfera civil y política de la esfera religiosa y eclesiástica -nunca de la esfera moral- … El hecho de que algunas de estas verdades [morales] también sean enseñadas por la Iglesia, no disminuye la legitimidad civil y la “laicidad” del compromiso de quienes se identifican con ellas” (Congregación para la Doctrina de la Fe, Nota doctrinal sobre algunas cuestiones relativas al compromiso y conducta de los católicos en la vida política, n. 6).
El derecho que la Iglesia tiene a intervenir en estos asuntos, está avalado, por una parte, por la misma misión de la Iglesia, que ejerce legítimamente su derecho a emitir un juicio moral sobre asuntos de orden político “cuando lo exijan los derechos fundamentales de la persona o la salvación de las almas” (Concilio Vaticano II, Gaudium et spes 76). Y, por otra, por la libertad religiosa que ampara la Constitución. Como cualquier otra institución, la Iglesia no sólo tiene el derecho, sino también el deber de hacer oír su voz en temas que son de gran trascendencia para la vida pública española. Ahora bien, esto no significa, como recuerdan los obispos españoles, citando palabras del Papa, que el cristianismo imponga “al Estado y a la sociedad un derecho revelado, un ordenamiento jurídico derivado de una revelación”.
Y ¿qué puede la Iglesia aportar a la democracia? Puede aportar una “razón ética”. Es cierto que la democracia es el sistema que mejor permite el ejercicio de la libertad de todos. Sin embargo, también es cierto que se puede caer en una “dictadura de las mayorías”, si un sistema democrático careciera de una norma objetiva, de una ética, que respete la dignidad de la persona humana. Como recordaba Benedicto XVI en Madrid, algunos “creyéndose dioses, piensan no tener necesidad de más raíces y cimientos que ellos mismos; desearían decidir por sí solos lo que es verdad o no, lo que es bueno o malo, lo justo o lo injusto; decidir quién es digno de vivir o puede ser sacrificado en aras de otras preferencias; dar a cada instante un paso al azar, sin rumbo fijo, dejándose llevar por el impulso de cada momento”.
Así ha sucedido en siglo XX, cuando Hitler y el partido nazi llegaron al poder gracias a unas elecciones democráticas. Cuando las repúblicas que estaban bajo un régimen comunista, se denominaban “democráticas”. Y cuando los terroristas de ETA hablan de “proceso democrático” para justificar sus crímenes.
Entonces, ¿qué puede ofrecer el cristianismo a la democracia? Lo resumiría en tres puntos, pero podrían ser más:
- Pone de manifiesto que el Estado tiene límites. Está formado por una estructura imperfecta y no puede tener pretensiones de totalidad, porque se convertiría en un totalitarismo.
- Introduce una Razón que permite distinguir el bien y el mal, la verdad y la mentira, es decir, nos salva de la dictadura del relativismo.
- Muestra una verdad y unos valores que son anteriores al Estado y que no necesitan la aprobación de éste o del consenso de los ciudadanos. Son verdades inmutables que trascienden el tiempo y el espacio, y que no quitan nada al pluralismo y la tolerancia, sino que garantizan la libertad.
Al final la cuestión de fondo es: ¿qué civilización queremos construir? ¿en que mundo queremos vivir? Estamos llamados a construir, lo que Juan Pablo II llamó, la civilización del amor. Esto supone implicarnos en una sociedad que es la nuestra, y en la que no podemos pasar indiferentes.
Ante legislaciones contrarias al derecho a la vida; ante modelos educativos que tienden a destruir a la persona o negar su trascendencia; ante la falta de una política que defienda el matrimonio y la familia; en bien de la justicia y el derecho; no podemos estar de brazos cruzados como si eso no fuera con nosotros.
“… el cristiano no puede pensar nunca que creer es un hecho privado. La fe es decidirse a estar con el Señor para vivir con él. Y este ‘estar con él’ nos lleva a comprender las razones por las que se cree. La fe, precisamente porque es un acto de la libertad, exige también la responsabilidad social de lo que se cree” (Benedicto XVI, Porta fidei 10).

Pienso que para ejercer responsablemente el derecho al voto, en mi opinión, debe considerarse el/los programas políticos y tener en cuenta la actual coyuntura social y política en la que se encuentran tanto España como Europa. Esto puede resultar trabajoso, pero es absolutamente necesario.
ResponderEliminarEfectivamente. Creo que la cuestión es si nos podemos conformar con el "voto útil", como si eso significase "dejarse llevar" por otros, o tomar las riendas del propio destino y decidir por uno mismo. Lo primero es lo fácil; lo segundo arriesgado.
ResponderEliminarEstoy plenamente de acuerdo que no basta el "voto útil". El grave problema es que, al día de hoy, no hay alternativas "electoralmente viables" que defiendan los principios morales contra los que atentan las leyes que se promulgan (aborto, eutanasia, libertad de educación, etc). A ello se añade el sistema electoral vigente en el que se votan "listas" elegidas por los partidos y no candidatos elegidos por los electores, con lo que los políticos se "mueven" atendiendo al "aparato" del partido y sus "jefes" y no a los intereses de los ciudadanos.
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