Algo en lo que pensar: “Halloween”
Desde hace unos años, está arraigando en España la celebración de la noche de Halloween, una antigua costumbre celta y anglosajona que fue desapareciendo con la llegada del cristianismo al norte de Europa y a las Islas Británicas. Había entonces una religiosidad en la que destacaba el culto a los dioses y a los fenómenos naturales, y los sacrificios de hombres y animales que aplacasen la ira de una divinidad que buscaba venganza.
El cristianismo introdujo la fe y la razón en el paganismo. Poco a poco se pasó del oscurantismo de una religión basada en el miedo, a una religión en la que el hombre podía comprender con la razón, porque predicaba a un Dios que no estaba lejos, sino que había entrado en relación con el hombre. La entrada del cristianismo en el mundo pagano fue una gran revolución. Los hombres pasaron del miedo a Dios, al encuentro personal con Él. No sólo no se hablaba de un Dios vengador, sino que Dios mismo había entregado su vida por los hombres.
La religiosidad pagana se basaba en el culto a la naturaleza; a los fenómenos atmosféricos; a los muertos; y a ver en el rey al gran héroe, representante de los dioses por su ascendencia divina y representante del pueblo, ante los dioses, por encarnar la tradición del pueblo.
Con la llegada del cristianismo, los hombres de aquellos pueblos seguían necesitando mediaciones, pero ahora éstas fueron los santos. Hombres como ellos, a los que conocían y sabían sus historias. No eran fantasmas, ni héroes lejanos en el tiempo o de origen divino. Los santos fueron las nuevas fuerzas sobrenaturales que velaban por el bienestar del pueblo.
Todo esto sucedía en los siglos V y VI de nuestra era. Siglos después hemos vuelto a aquellos cultos paganos. ¿Qué ha sucedido?
Se ha cumplido aquel grito de las hermanas Fatídicas, en la obra de Shakespeare, Macbeth: “Bello es feo y feo es bello”. Se ha producido una trasformación de la realidad, convirtiendo lo bello en feo y lo feo en bello. Ser cristiano y hablar de santidad se ha convertido en algo oscuro. Es como hablar de antiguas leyendas míticas, de una época, en la que el hombre no conocía la ciencia y el progreso.
Hemos cambiado la belleza, la luz, la verdad y la bondad del hombre redimido por Cristo, eso son los santos, por el mal, la brujería, la hechicería, el diablo... que se manifiesta en una noche como la de Halloween.
Todo esto es consecuencia de un proceso de secularización, que conlleva un cambio de mentalidad y una trasformación de la cultura, en el que el lenguaje, los símbolos y las imágenes que antes hablaba de Dios y hacían referencia al Misterio, ahora ya no se entienden. Todo esto presenta un nuevo reto, no muy distinto al que tuvieron los evangelizadores de aquellos pueblos paganos.
“Mientras que en el pasado era posible reconocer un tejido cultural unitario, ampliamente aceptado en su referencia al contenido de la fe y a los valores inspirados por ella, hoy no parece que sea ya así en vastos sectores de la sociedad, a causa de una profunda crisis de fe que afecta a muchas personas” (Benedicto XVI, Porta fidei 2).
El cristianismo introdujo un concepto de vida que transciende la muerte. Puso de manifiesto el poder de Dios frente al mal. La victoria de Cristo, que con su muerte y resurrección destruyó el pecado, contra el poder del diablo. Introdujo esperanza en un mundo que se estaba destruyendo por las guerras entre pueblos y naciones. Y todo esto lo estamos cambiando por unos disfraces y una fiesta que significa volver dieciseis siglos atrás, ensalzar lo feo, la oscuridad, la muerte... Y todavía habrá quien a esto lo llame progreso.


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